Crítica Un Juego de Inteligencia; Crueldad televisiva


6/10

Free Rainer es una cinta rodada en 2007 y ya estrenada en DVD en Alemania que ahora aterriza en las pantallas de nuestro país. Interpretada con gran maestría por uno de los grandes actores de la Alemania actual, mi admirado Moritz Bleibtreu, cuenta la historia de un productor televisivo de "televisión basura" que inicia una cruzada para intentar terminar con los contenidos fraudulentos de la televisión de su país, a la que él mismo ha contribuido a idiotizar.
Se culpa a sí mismo de la falta de cultura en la televisión y de que los contenidos basura cada día son más y más vistos en todo tipo de lugares y por todo tipo de público, incluyendo niños. Así, Rainer, nuestro protagonista, sufre un día un accidente de tráfico que le cambiará la vida. La mujer que se estrella contra él intencionadamente es nieta de un hombre que sufrió las iras de todo el país tras la emisión de un reportaje injurioso que el propio Rainer produjo. Ella busca venganza y clama su ira contra él.
A partir de ese momento, se inicia en la película un falso tono de documental mezclado con un aire de protesta más que notable contra ese mundo televisivo que está comiendo la poca inteligencia que ya queda en la sociedad. A medida que va avanzando el metraje nos vamos enterando de algo muy importante: la medición de las audiencias. Un proceso pseudo-científico que nos demuestra que lo que vemos no es lo que se corresponde con la realidad. Y todo ello gracias al dato de que, por ejemplo, en Alemania, hay muy pocas personas que posean en sus casas un audímetro. La cifra que una mujer o un hombre representa asciende a 15.000 personas. No sólo en Alemania, sino en todo el mundo es este método el imperante a la hora de saber qué programas son los más vistos. Se teje la programación de un país en base a lo que ven en un hogar medio, una familia cualquiera a distintas horas del día.
La película sirve como manifestación de protesta ante la falta de televisión de calidad que eduque a todos los espectadores de cualquier edad. Un Juego de Inteligencia sale tres años después de su rodaje y presentación en el Festival de Cine de San Sebastián. Hubo críticos que la tildaron de "manipuladora" y "falsa" pero tuvo ciertos adeptos que encontraron en ella un salvoconducto para seguir protestando contra el sistema televisivo actual, tan sumamente devaluado. Sin embargo, muchos criticaron lo exagerado de su planteamiento. Y es que Hans Weingarten (director de Los Edukadores) hizo que la protesta contra el sistema empezara desde dentro. Y puso al personaje de Bleibtreu, un productor creador de esa televisión vomitiva, a intentar darse cuenta de que algo no iba bien en esos programas basados en conocer los saltos de cama de los famosos, estúpidos reality-show o programas con escasa credibilidad en sus planteamientos (no olvidemos el programa de fecundación que nos sirve de ejemplo al comienzo de la película).
En España, los audímetros son escandalosos. Programas del corazón y falsos magazines se llevan todos los días ingentes datos de espectadores y cuota de pantalla. La realidad de la televisión es inquietante. Estamos asediados por toda una red de contenidos estúpidos e imbéciles conducidos por ineptos que dejan a los verdaderos profesionales en la calle o siendo víctimas de los expedientes de regulación de empleo. Y que alguien me diga lo contrario.
La película es interesante. No llega a ser buena debido a que el guión se pierde en muchos lugares de la película. Hay historias que no terminan de cuajar e incluso se llega a sacrificar ciertos aspectos de la trama principal. Algunas partes están rodadas con cámara en mano y otras en fijo, distrayendo al espectador. Sin embargo, por la temática, la película resulta más que un goce para todos aquellos que, como el que escribe, pensamos que la televisión ha tocado fondo y ya no puede caer más bajo. Me gustaría que alguien me hablase bien de toda esa clase de programas y así iniciar un debate. Sería bonito e interesante.
Sería un juego de inteligencia.

El buen azar de los premios Emmy

La pasada noche se entregaron los galardones que cada año premian a lo mejor de la televisión en Estados Unidos. Los Emmy se celebraron por todo lo alto en una ceremonia en la que destacó el premio honorífico a George Clooney a tenor de su inmensa labor humanitaria tanto a favor de los derechos humanos como por su implacable intervención en el conflicto somalí de Darfur.

Sacamos en claro que Mad Men sigue siendo la mejor serie dramática para los académicos de la televisión por encima de otras apuestas con bastante potencia como son Dexter, Perdidos, Breaking Bad o The Good Wife, compañeras de nominación de la serie ganadora. El elenco protagonista, de los cuales también estaban pendientes de galardón sus dos estrellas, el sin igual Jon Hamm y su fantástica e inimitable recreación de Donald Draper y su esposa en la ficción, la bellísima January Jones en su particular homenaje a las mujeres que vivieron aquellos años 50 y 60, tan complicados para ellas y para el mundo.

Pero si asistimos al triunfo de Mad Men como mejor serie dramática, asistimos también a la victoria de Modern Family como mejor serie de comedia, una fantástica sensación de sarcasmo ante el sueño americano delante de un espectador que espera ver tan sólo las idas y venidas de una familia “aparentemente” normal. Con actores totalmente desconocidos, se ha puesto en la cabeza de las comedias americanas por delante de referentes como Rockefeller Plaza o The Office. Un caso similar se dio cuando, en la pasada edición de los Globos de Oro, Glee se impuso a todas sus demás contrincantes dando una campanada en medio de unos premios casi previamente establecidos.

Asistimos también a la decepción de Julianna Margulies al no poder lograr un merecido Emmy por su interpretación en The Good Wife pero presenciamos como uno de los actores favoritos de todo el mundo, Bryan Cranston, se alzaba con su galardón por Breaking Bad por tercer año consecutivo. Era la categoría más disputada y ciertamente no decepcionó. Actores de la talla de Jon Hamm, Hugh Laurie, Michael C. Hall o Matthew Fox amén del propio Cranston se disputaban por la codiciada estatuilla dorada que les acreditaba como mejores actores dramáticos.

La gran triunfadora de la noche fue The Pacific, una serie que se sabía de antemano, iba a ganar el premio a la mejor miniserie. Era de esperar y el dueto Spielberg-Hanks subió a recoger el galardón de la heredera de otra serie de referencia: Hermanos de Sangre.

Perdidos, en su último año de exhibición, no consiguió ninguna de las nominaciones a las que optaba. Seis eran, entre las que se cuentan Mejor serie de drama, actor principal, actor de reparto (por partida doble para los grandes Terry O´Quinn y Michael Emerson), dirección y guión aunque finalmente no se alzó con ninguno de ellos.

En los apartados menos destacados, aunque no por ello menos importantes e interesantes, Jim Parsons consiguió el galardón al mejor actor de comedia por The Big Bang Theory. Al Pacino fue el mejor actor en miniserie por You Don´t Know Jack. Por su parte, la archiconocida Edie Falco, ganadora en anteriores ocasiones de los Emmy por ser Carmela Soprano en aquella serie a la que sólo se me ocurre calificar como "genial", se alzó anoche con el premio a la mejor actriz en serie de comedia por Nurse Jackie.

Para consultar el palmarés más detallado y completo, acuda a www.emmys.com

Crítica Niños Grandes; el divertido encuentro con la juventud perdida

 5/10
Vale, Niños Grandes puede que no sea la mejor elección para pasar uno de los últimos domingos del verano, sin embargo, si a la película añadimos una noche fresca y aromatizada por la dama de noche en un encantador cine de verano de un pueblo cordobés, el plan va adquiriendo forma e incluso cierta sensación de apacible despreocupación. Y es que con Septiembre comienzan los estudios (o el trabajo, según el caso) con su rutinario ritmo de actividad incesante que nos absorbe como aprendices de ocupados hombres de negocios, ignorando la conveniente extensión del día para realizar cualquier actividad, incluída ver muchas películas.
Así pues, ahora que el tiempo nos sobra y nuestro cuerpo ha entrado en un estado perpetuo de relajación veraniega, ver una película como Niños Grandes puede suponer una despedida idónea para una temporada estival que, infelizmente, toca a su fin. Eso mismo pensarían Adam Sandler y su troupe cuando les propusieron realizar una película concebida como una vacaciones cinematográficas entre amigos donde dar rienda suelta a los tics cómicos de cada uno sin temer hacer demasiado el ridículo. El argumento no es un problema, ni siquiera la dirección de un gran conocedor del género y de la mayor parte del elenco, Dennis Dugan (Un papá genial, Los calientabanquillos, Zohan:licencia para peinar); Niños Grandes es todo un ejercicio de nihilismo cazurro al servicio del stablishment cómico hollywoodiense con tal falta de pretensiones que llega a empatizar con la pereza del espectador para un discurso fílmico más elevado.
Y en esta realidad es donde encuentra la película de Dugan su mayor aliado, en el simple divertimento del personal. La premisa; la muerte del entrenador de baloncesto del grupo. Aprovechando la ocasión del funeral, donde se reúnen los cinco tras treinta años sin verse, deciden alquilar una casa en el lago para pasar un fin de semana juntos con sus respectivas familias, ponerse al día de sus vidas y, en fin, rememorar los tiempos en los que, con 12 años, el mundo se presentaba como una excitante oportunidad de hacer gamberradas.
Adam Sandler, probablemente uno de los cómicos más influyentes de Estados Unidos con un talento más que discutible, produce esta cinta realizada para su propio lucimiento en la que, no obstante, se rodea de buena parte de sus colegas en la vida real. El primero de ellos, Kevin James, un actor maduro de gran talento descubierto en 2005 en Hitch, donde compartía pantalla con Will Smith, y que coprotagonizaría con el propio Sandler Os declaro marido y marido en 2007, es padre de una niña con sobrepeso algo rebelde y un niño que con cuatro años aún mama de la teta de su complaciente madre (Maria Bello), causando el impacto de sus antiguos compañeros. Tampoco podían faltar Rob Schneider, ese bajito histriónico descubierto en Gigoló y visto en varias ocasiones junto a Sandler (Un papá genial, 50 primeras citas), aquí en el rol de chamán enamorado de un mujer de más de 60 años; o Chris Rock, el estresantemente verborreico afroamericano algo descolocado en esta película; además de David Spade (el inolvidable Joe Guarro) como el solterrón borracho y algo salido. En el apartado femenino, Salma Hayek se preocupa de aglutinar las miradas del público masculino con modelitos de escote de vértigo y subtramas sin lugar alguna en el desarrollo de la película.
Así pues, diversión moderada aunque cómplice, especialmente para el público masculino, que reivindica ciertos valores en peligro como la amistad, tratada con la nostalgia de una generación de niños que pasaban las horas en la calle, haciendo travesuras y forjando batallitas que nunca se olvidan. En contraposición, una nueva juventud abstraída por la televisión, internet y las videoconsolas que miran la naturaleza como un entorno hostil y aburrido. Los Niños Grandes de Sandler se lo pasan en grande y parte de esa diversión traspasa la pantalla y hace que nosotros, en una cálida noche de verano, nos ríamos sin mayores preocupaciones que evitar que los mosquitos no acaben con toda nuestra sangre.

Retrospectiva Woody Allen; Zelig, la danzante aventura del hombre-camaleón

 8/10
Con la hiperactividad que siempre le ha caracterizado aún vigente, Woody Allen parece no encontrar fin al ingenio desbordante que lo encumbró como uno de los creadores más interesantes de la historia del cine, y a sus 80 años su carrera como realizador está lejos de concluir a menos que la naturaleza inexorable siga su curso de forma abrupta. Coincidiendo con el estreno de su película número 40, a la que nos referiremos próximamente, desde este blog nos proponemos echar la vista atrás y rendir la atención merecida a una de sus películas más arriesgadas, geniales e innovadoras de toda su carrera; Zelig.
Concebida como un falso documental, Zelig nos narra la insólita existencia de Leonard Zelig, un hombre alienado en la empatía desmedida respecto a las personas que lo rodean  y su consecuente pérdida total de identidad, es decir, su inusual capacidad para adoptar la personalidad física y psicológica de todo aquél con quien comparta su mera compañía; un hombre camaleón. Así, veremos gracias a un extenso archivo visual las extrañas manifestaciones públicas de un portento natural que atrae la evidente atención del mundo científico, ya sea junto al Papa Pío XI y su repentina reconversión a la fe católica, a Al Capone, Herbert Hoover o incluso  junto a Adolph Hitler y su fastuoso triunfo sobre la voluntad del pueblo alemán. Una sucesión de personalidades de la década de los 20 que presenciarán cómo su características personales son absorbidas por un enclenque con poderes extravagantes y una sorprendente falta de percepción de los mismos, propiciando, aún más si cabe, la comicidad de las situaciones.
Desarrollada de acuerdo a las técnicas narrativas del género documental, la película encuentra en la fotografía en blanco y negro a su mejor aliado para alcanzar la mayor veracidad posible en las imágenes recabadas de la década de los 20, únicamente interrumpidas por intervenciones a color de personas que vivieron de cerca el fenómeno y ahora, en el presente de los años 80, prestan su testimonio a semejanza de tantos documentales sobre hechos históricos. Se cuenta, además, que para adquirir la textura granulada, incluso degradada, propia de las proyecciones de la época, Allen y su equipo de fotografía pisoteaban los fotogramas filmados para cosechar ese resultado; la imagen era, por tanto, muy semejante a las primeras películas de Chaplin o el cine mudo de comienzos de siglo.
Y es que Woody Allen apenas puede camuflar su desaforada admiración a una época en la que el cine crecía al calor del jazz, la bonanza económica del periodo de entreguerras y la prensa de masas. Precisamente este fenómeno, el de las masas (al que brillantemente puso nombre Ortega y Gasset en La rebelión de las masas) es el protagonista velado de una película que gira en torno a un personaje perdido en la ingente homogeneidad de estas. Fueron muchos los investigadores estadounidenses que enfocaron esta tendencia como un signo inequívoco del paso a la edad contemporánea, además de una oportunidad idónea para domeñar de forma global a un público que consumía masivamente todo tipo de productos según dinámicas observables de imitación. Es decir, en los años 20 se logró canalizar el impulso emotivo o material de la población a través de técnicas de publicidad y propaganda (si no es lo mismo, en efecto) que pretendían empatizar los gustos de millones de personas. Hombres-camaleones, al fin y al cabo, que adaptaban sus necesidas vitales al del resto de congéneres de forma inconsciente aunque inevitable.
Evidentemente, Allen ofrece una mirada mucho más dinámica y desternillante de todo este fenómeno. Con su particular sentido del humor, el genio neoyorkino construye una historia original y emotiva que no elude la pertinente historia de amor con un abnegada doctora (Mia Farrow) que no ceja en su intento de desvelar las razones de esta extraña enfermedad. A raíz de su relación con Eudora Fletcher y el amor cómplice que brotó de forma natural de la misma, Leonard alcanzará al fin el equilibrio que tanto ansiaba, encontrándose a sí mismo como la persona que nunca conoció.
En la opinión de este humilde crítico, Zelig se erige como una de las mejores películas de Woody Allen por el sorprendente uso del lenguaje documental en un discurso fílmico de ficción. Es impactante, original y desbordante en su imaginativa puesta en escena. Y por si fuera poco, su banda sonora, concebida como una regreso al pasado musical, supone un divertidísimo acompañamiento que se repite constantemente en nuestra mente una vez finalizada la sesión. Brillante Allen, una vez más.

Crítica Los Mercenarios; La República Bananera de los Esteroides

4/10

Estamos que no levantamos cabeza. Pocas películas son destacables dentro de la amplia cartelera que todos los viernes llega a nuestro país. Personalmente, tenía algunas esperanzas puestas en esta aventura de acción y músculo que aterrizaba en las salas españolas bajo la dirección de Sylvester Stallone y la aparición de un sinfín de “tíos duros”. Pero todo se desvaneció disparo tras disparo.
Mi buen amigo, responsable de cintas como Acorralado, más conocida como Rambo o el paquete completo de Rocky así como de una enorme cantidad de cintas en las que las pistolas, explosiones y brazos de más de 15 centímetros de grosor son los verdaderos protagonistas. Hablo de Pánico en el Túnel, El Especialista o ¡Alto, o Mi Madre Dispara!, ésta última concediéndole alguna licencia cómica sin duda inexistente. Stallone se coloca ahora detrás de la cámara para resucitar el viejo cine de acción ochentero. Y que mejor modo de hacerlo que cogiendo el teléfono y llamando a todos sus colegas que, casualmente, han sido víctimas de un enemigo común: el botox.
Así, el propio Stallone, Mickey Rourke, Eric Roberts o Arnold Schwarzenegger prestan sus rostros para deleite de aquellos que añoran el cine palomitero, oscuro y un tanto irregular que representaron todos estos, ahora llamados, “caretos".
Unidos a actores de acción del cine actual incapaces todos de soltar una lágrima en pantalla como Jet Li, Terry Crews, Bruce Willis o Jason Statham, tejen una cinta olvidable que no alcanza ni siquiera el nivel mínimo recomendado para engancharte y mantener pegado al espectador a su asiento.
Con un guión pobre pero nutrido en chistes fáciles que despertarán la sonora carcajada del público masculino, Stallone dirige una producción a la que le queda poco tiempo de vida en las salas de nuestro país. Ni siquiera el incesante boca a boca ha hecho que el público sienta la más mínima compasión ante tal geriátrico reunido para disfrute de todos aquellos que nos entretuvimos con Rocky, Rambo, Terminator, Manhattan Sur o, por qué no, Jungla de Cristal, Depredador y un inagotable infinito de nombres de películas de acción rodadas entre los años 80 y la primera década de los 90.
En Los Mercenarios se retratan las aventuras que vivirá un comando enviado a destrozar algo que siempre ha sido fijación del gobierno norteamericano, por lo menos en el cine: las repúblicas bananeras. Los países centroamericanos siempre han sido un foco de conflicto para la seguridad nacional. Y quien mejor para acabar de raíz con ese problema que una docena de tíos fornidos hartos de estimulantes, anabolizantes y botox. Los pobres “bananeros” no es que mueran, es que salen huyendo antes de tener que vérselas con esta humana caracterización de muñecos de plastilina con las pieles estiradas.
Si usted escoge, entre todas las opciones disponibles para ir al cine, ver Los Mercenarios, adelante. Es usted libre. Pasará un rato de lo más entretenido. Aunque no sea una cinta recomendable para todo tipo de públicos, el simple placer de ver a tantas viejas glorias le llena a uno de orgullo tras recordar tardes y tardes delante del televisor viendo las películas que estos mismos señores protagonizaron hace ya unos 20 años.
Mi consejo es el siguiente. Si decide ir a verla, intente disfrutar de la escasa calidad del espectáculo. Sólo le pido que aguante 20 minutos y se obsequiará a sí mismo con una de las escenas más divertidas del año. Aquella que transcurre entre tres pesos pesados: Stallone, Bruce Willis y un “divino” Arnold Schwarzenegger. No lo lamentará ni un solo segundo durante los escasos cinco minutos que aparecerán en la pantalla estos tres actores, los únicos que saben reírse de sí mismos.
Si prefiere esperar al DVD, mejor. Sólo tendrá que pulsar el botón de “Selección de escenas”.

Crítica Philip Morris, ¡Te Quiero!; El rubio o el moreno: tú eliges

4/10

Antes de empezar, me gustaría resaltar un dato anecdótico de la cinta que quizás sea clarividente a la hora de juzgar la obra final que supone esta película. Y es que aterrizó la pasada semana alentada por la negativa de las productoras estadounidenses a estrenarla en Norteamérica ante posibles problemas con el colectivo gay o simplemente con la poco concienciada sociedad estadounidense en el tema de la homosexualidad (recordemos que los matrimonios gay son un problema casi "de Estado") y este raro cóctel entre comedia, drama y tragedia.
Philip Morris ¡Te Quiero! es una película inclasificable acerca del espinoso tema de la homosexualidad que protagonizan dos de los actores con mayor proyección durante esta pasada década. Por un lado, un Jim Carrey histriónico hasta el extremo y con un alarmante número de arrugas en su cara fruto de casi 20 años de muecas sin cesar en cintas para todos los colores y gustos. Aquí, nos ofrece una interpretación forzada y muy poco creíble de la que te llegas a olvidar pasada la media hora de metraje. No hace nada nuevo salvo besar a otro hombre. El auténtico fan de las muecas del actor canadiense estará de enhorabuena si decide ir al cine a ver esta mediocre cinta.
Por otro lado, y mención aparte, está Ewan McGregor. Un actor escocés llegado al mercado internacional con la exitosa Trainspotting y que ha ido forjando su carrera en todo tipo de papeles y con los más respetados directores. En esta obra, nos construye el mejor personaje de la película. No se si es un atrevimiento, pero propongo a McGregor como candidato a alguno de los premios de la próxima temporada. Él es el que sostiene el pulso dramático de una historia que no tiene ni pies ni cabeza cuando desaparece de la pantalla.
La culpa la tienen los guionistas. Un remake amanerado de Atrápame Si Puedes quizás no ha sido la mejor idea para que continúen su carrera en Hollywood. Con diálogos absurdos y el uso de la homosexualidad o la enfermedad del SIDA para tratar de justificar una serie de gracias sin comicidad alguna no me parece la mejor forma.
Si las cosas marchan como hasta ahora y los grandes certámenes de premios siguen pensando en hacerse el hara-kiri (ni falta hace mencionar a Sandra Bullock, Resacón en las Vegas o Avatar), veremos como esta cinta estará presente en alguna entrega de importantes galardones, intuyo europeos.
Vuelvo a repetir que lo mejor de la película es el insuperable Ewan McGregor. Lo reconozco y es lo único que tengo el honor de salvar de la quema. Y ya está. No tiene más. No es una película digna de un verano de cine. Me ha resultado tonta, absurda y a ratos, hasta pesada.
Philip Morris, ¡Te Quiero!

Pues me parece muy bien, oye. Pero me da igual.

Retrospectiva Woody Allen; La Última Noche de Boris Grushenko

7/10

Una cinta con un humor inteligente con finos y ácidos diálogos acerca de la vida y de la muerte sirven de base para una de las películas más importantes de la primera etapa de la filmografía de Woody Allen. La Última Noche de Boris Grushenko también es una parodia que no deja títere con cabeza acerca de la Rusia profunda en tiempos de guerras napoleónicas. Una Rusia cuyos tópicos alcanzan hasta nuestros días.
De nuevo con Diane Keaton, Allen teje una película en la que la sátira histórica mezclada con hilarantes situaciones relacionadas con la muerte, el suicidio, el asesinato, la filosofía, el amor, la vida y la religión. Boris Dimitrovich es nuestro protagonista y sus monólogos merecen cada minuto de visión de esta película realizada en 1975 y que sirve de precursora a una larga lista de obras maestras de las que nos ocuparemos en este blog.
Boris Grushenko mantiene la base filosófica que hará que Woody Allen triunfe con Annie Hall, Interiores o Manhattan. La diferencia directa y objetiva es el surrealismo que Allen le dota a estas obras anteriores a 1977 otorgándole un mayor verismo-realismo a las cintas posteriores. Los expertos califican las cintas precedentes a Annie Hall como "obras menores". Es una época donde las situaciones absurdas, estúpidas, surrealistas e inverosímiles son la nota predominante.
Pero Boris Grushenko da un giro a la orientación de la filmografía del director neoyorquino. La cada vez más lograda madurez de Allen se hace más patente en esta película pseudo-histórica. No obstante, reiremos cuando veamos a un oficial napoleónico cubano o un prólogo y monólogo final como casi nadie recuerda en la filmografía de Woody Allen. Escenas míticas de seducción en un teatro, un duelo "a vida o muerte" y un baile final que nadie olvidará.
La Última Noche de Boris Grushenko es una película destinada a que el espectador, además de divertirse, intente hacerse cuestiones acerca de los inquietantes temas de la vida y la muerte, con el sexo de por medio. Son temas francamente recurrentes en todas las películas de Allen. De una forma u otra, Allen siempre se las ingenia para interrelacionar todos estos temas y salir indemne mientras se pregunta acerca de temáticas prácticamente aisladas al pensamiento cotidiano del ser humano.
Pero para eso está Woody Allen. Para lograr algo que poca gente consigue. Hacernos reír mientras nos interrogamos a nosotros mismos acerca de nuestra existencia.

Películas para Dos Vidas; Lost in Translation

La megalópolis de Tokio puede llegar a albergar un gran número de lecturas contradictorias en función de los ojos a través de los que se mire; desde el explosivo maremagnun de color que domina las noches virtuales de la ciudad vertical, hasta el avispero desnaturalizado que supone el paradójico desligamiento humano en un espacio tan reducido como superpoblado. Lost in Translation despliega esta ambigua relación de amor-odio hacia una ciudad tan hostil como atractiva para el curioso viajero, quien siente cómo su mundo conocido se tambalea al son de la bocina perpetua y la pulsación compulsiva del último aparato electrónico, o simplemente es arrollado por el vertiginoso equilibrio entre la tradición más aferrada y la modernidad inexorable. Efectivamente, Tokio es un personaje más de una pequeña película que nos habla de la incomunicación en los tiempos modernos; de esa confusión hipnótica que nos avasalla cuando la rutina y el estrés congenito del mundo supuestamente desarrollado se aparta para dejar paso a una extraña inactividad que se nos antoja alienadora en medio de ese vórtice continuo de movimiento.
La absoluta empatía que el espectador entabla con esos dos náufragos urbanos, extraños en una ciudad sin límites, es una revelación de la naturaleza misma de la película, ya que es desde nuestra posición meramente circunstancial de público a través de la que nos percatamos de lo absurdo de la existencia de un mundo creado para que no veamos más allá de nuestra propia experiencia o quehacer diario. Bob Harris y Charlotte son los protagonistas de esa revelación fundamental; dos personas perdidas ante la incomunicación de un mundo que no entienden y encerrados en un búnker cuya seguridad sólo la garantiza el aislamiento.
Ya poco les queda de una vida que dejaron en sus países de origen. Bob es un conocido actor estadounidense en franco declive que acude a la capital nipona a rodar un anuncio de whisky con la resignada certeza de que su carrera artística ha acabado y ya sólo puede salir adelante gracias a la admiración de los japoneses por sus viejas películas. Charlotte, por el contrario, es una joven desorientada recién licenciada en Filosofía, que llega a Japón de la mano de su novio fotógrafo, quien tan sólo tiene tiempo para trabajar. Los caminos de Bob y Charlotte se cruzan en la cafetería del hotel, donde acuden cada noche para calmar el temible jet lag y distraerse con el ir y venir de los huéspedes eclécticos que se alojan en él, entablando una relación sincera y profunda que los conducirá a un improbable romance de tan solo tres días aglutinados por la necesidad mutua y la coherencia de un mundo compartido, extranjeros curiosos en un periplo por una ciudad misteriosa en la que recorrer juntos sus insólitos caminos.
La hija de Francis Ford Coppola, Sofia Coppola (quien ya había apuntado maneras en su anterior película, Las vírgenes suicidas), confecciona aquí un delicioso relato urbano sobre la incomunicación con una ironía y una ternura inéditos en el panorama cinematográfico actual, apoyada por una interpretaciones memorables de su dúo protagonista. Por un lado, ese actor desconcertante que haya una comicidad desarmante en la risibilidad de sí mismo, un Bill Murray en estado de gracia que demuestra la vena dramática y nostálgica que de forma tan idónea calza con su hastiado personaje en una de las mejores interpretaciones de su carrera. Por otro, la frescura desbordante de Scarlett Johansson, quien por 2003 se confirmaba como la alumna aventaja de su generación por la ternura que demostró en la cinta de Coppola, a partir de la cual ascendió a la categoría de las grandes actrices actuales. Juntos, conformaron una pareja inolvidable tanto por la química evidente entre ambos como por la elevadora historia de amor que vivieron entre silencios y miradas cómplices.
Lost in tanslation se erige ya como la película de más corta edad de esta sección en la que venimos recogiendo nuestras cintas favoritas, y no es casualidad. La película de Coppola se convirtió desde el mismo momento de su concepción en un clásico moderno por el depurado estilo visual de su directora, el guión pausado y medido que elaboró ella misma, las interpretaciones de sus dos aliados , o la nostálgica historia de amor que no puede más que suscitar una sonrisa perenne en el rostro del espectador entregado. La incomunicación en las grandes ciudades deja paso, pues, a pequeñas historias románticas como esta, filtradas entre los bloques de hormigón y las luces de neón, brotes verdes entre la gran inmensidad gris. El final; una interrogación desgarrada y enigmática entre susurros y lágrimas con sabor a despedida; un beso que da vida, aliento y esperanza.

Retrospectiva Woody Allen; El Dormilón

6/10

Una cinta con un parecido razonable a Tiempos Modernos, en la cual Woody Allen intenta emular a los grandes cómicos del cine mudo a través de escenas en las que interacciona con todo tipo de máquinas con resultados delirantes. Un guión surrealista, absurdo y a veces incluso estúpido. El Dormilón es considerada una película extraña dentro de la filmografía de nuestro amado director neoyorquino. Y es que es, sin duda, ninguna una de las tramas más tontas que han tenido ocasión de ver mis ya dilatadas retinas. La única incursión de Allen dentro del cine de ciencia ficción, si es que verdaderamente esta película puede enmarcarse dentro de este género, le sirve para crear una historia que pretende inculcar en el espectador una simple tendencia a la diversión sin más.
Un metraje digno de una tarde lluviosa en la que no hay absolutamente nada mejor que hacer, uno debe poner el DVD y limitarse a reir o llorar ante las absurdas situaciones que nuestro protagonista, un clarinetista congelado hace 200 años y despertado en el futuro, tiene que vivir en un mundo totalmente extraño para él.
Es una película tonta, de risas fáciles y humor simple. No obstante hay escenas por las que merece ver la hora y media escasa de duración del metraje completo. La descripción de nuestra época a petición de unos científicos por parte de Allen no tiene precio. Personajes como Stalin, Norman Mailer, Richard Nixon o Mohamed Alí no escapan a la profunda capacidad satírica del director neoyorquino.
El espectador repara, con toda naturalidad, en que a pesar de tener un guión un tanto flojo y absurdo, el dinero invertido en vestuario y decorados ha sido ingente, creando un futuro de cartón-piedra extremadamente irrisorio. Diane Keaton y Woody Allen se mueven a sus anchas entre coches del futuro con semejanza a pastillas anticonceptivas, un aparato para conseguir orgasmos sin contacto físico (el Orgasmatrón), frutas y verduras de tamaño descomunal y edificios que serían el hazmerreír de Frank Lloyd Wright. Aunque la película transcurre en 2174, las referencias satíricas e irónicas a las costumbres y características de nuestra sociedad son más que latentes.
Lo que une El Dormilón con todas las películas de trama futurista es la existencia de un dueño y señor del mundo conocido, la constante hegemonía de los Estados Unidos y la creación de movimientos de resistencia en contra de una autoridad casi siempre acaecida gracias a una bomba nuclear o una llamada "Tercera Guerra Mundial". Detrás de todo el humor absurdo y estúpido de la película, podemos encontrar un reflejo de la tiranía del gobierno y la constante vigilancia a la que somete a todos sus ciudadanos.
Una banda sonora aderezada con excelentes piezas del propio Woody Allen y su clarinete en compañía de su banda son la nota dominante de una cinta para el olvido pero destinada al más puro entretenimiento.

Urgencias; El buen doctor

8/10

- Buenos días, doctor. ¿Ha visto alguna vez la serie Urgencias?
- Si, como no. Todo médico ha visto alguna vez esa serie. No para aprender, sino para intentar averiguar qué hacían bien y qué eran fallos de guión.
- ¿Encontró algún fallo de esos que usted dice?
- La verdad es que los podría contar con los dedos de una sola mano. Y me sobrarían dedos. Es increíble como una serie de televisión puede rozar de esa manera la exactitud médica.
- ¿Exactitud médica?
- Poner al alcance del público conceptos que para nosotros están totalmente normalizados. Es, digamos, acercar la jerga médica a los pacientes. Recuerdo que había personas que llegaban a la consulta utilizando términos especializados. Afortunadamente, eran escasos los que utilizaban palabras como asistolia, cianosis, fibrilar y demás términos propios de las frenéticas consultas de Urgencias.
- ¿Hay algo de exagerado en la serie? ¿Esa velocidad con la que entran los pacientes en las salas de Trauma? ¿Ese frenetismo, como usted ha dicho?
- Hombre, no se qué decirte. Nunca he trabajado en Estados Unidos y menos en un hospital de una capital. Pero hay de todo. Días de ritmo más alocado y jornadas más relajadas. En la serie, si te acuerdas, hay tanto de uno como de otro.
- Entonces, ¿usted está de acuerdo con la mayor parte de la crítica, que alaba a Urgencias de manera latente, aumentando un éxito y curiosidad entre aquellos que no la han visto, en que es una de las mejores series hechas?
- Efectivamente. Hay opiniones para todos los gustos. Urgencias es la antítesis de series tan irregulares como, ya que estamos en España, MIR, Hospital Central, Médico de Familia y todas esas cosas que parecían tener más dosis de morbo que fidelidad a la realidad.
- Un momento, doctor. Estará usted de acuerdo conmigo en que Hospital Central es un logro en la ficción televisiva española.
- Podría ser. Pero pecaba de exceso de sangre y de historias muy poco creíbles. A mi no me hacía mucha gracia, pero entiendo que fue un éxito.
- ¿Y Anatomía de Grey?
- Es una serie que le gusta mucho a mis hijas. Pero no tiene nada que ver. En Anatomía de Grey se fijan más en las relaciones personales. Urgencias era más, como decirlo, profesional.
- Si le digo ahora: Medicina en Televisión, ¿qué me recomienda?
- Pues la verdad es que poca cosa. Aunque hay que tenerle un respeto al doctor House. El problema es que me cae muy mal ese hombre. Lo veo en la pantalla y me resulta desagradable. Se que es su personaje y Hugh Laurie es un grandísimo actor. Pero la serie no me termina de llenar.
- ¿El objetivo de House es que te caiga mal no?
- Podría ser. Pero, si hablamos de Urgencias, te diré por ejemplo que el papel de Kerry Weaver (Laura Innes) es de absoluto despropósito. Pero, por activa o por pasiva, siempre le encuentras un punto positivo a su favor.
-Para gustos, colores. ¿Verdad, doctor?
- Eso es.
- Yo ya he visto la serie entera y soy uno de los adeptos a Mark Green, Doug Ross o la enfermera Hathaway. Se que es la epinefrina, la dopamina, el salino... Lo que yo quiero es que convenza a los lectores de El Cine que Vivimos Peligrosamente de por qué deben ver Urgencias. Hágame un panegírico, por favor.
- De entrada diré que es una serie que comenzó en 1994. Por tanto, algunos de los procedimientos ya están obsoletos gracias a los avances de la tecnología médica. Hay que situarse en el contexto de los Estados Unidos de mediados de los 90, donde la sanidad era privada y donde una placa de tórax le costaba varias decenas de dólares a los seguros. En esa sociedad, en el County General de Chicago, tiene lugar una sucesión de acontecimientos a los que asistiremos como si fueran propios. Tiene un guión a la altura de las circunstancias. Frenético cuando necesita serlo y pausado para mostrar los momentos en las que las relaciones sociales entre profesionales salen a la luz dejando la medicina de lado, aunque esto sólo ocurra a veces. Es lo que más me gusta de la serie. En un capítulo asistimos a unas lecciones de cirugía y al siguiente asistimos al entierro de un familiar de uno de los médicos o las enfermeras. Los guionistas han sabido dosificar al espectador para no aburrirle con tantas medicinas, jeringuillas y enfermedades incurables.
Y qué decir del tema principal. Tengo entendido que fue el respetado James Newton Howard el que compuso esta inolvidable melodía que ha abierto durante 15 temporadas una serie marcada por todas y cada una de las interpretaciones que han asaltado a este hospital. Desde estrellas invitadas como Mickey Rooney, Alan Alda, William H. Macy o Susan Sarandon pasando por los inolvidables médicos: Anthony Edwards, George Clooney, Julianna Margulies, Sherry Stringfield, Laura Innes, Eriq La Salle o Maria Bello, por no nombrarlos a todos. Algunos empezaron sus carreras aquí y otros las consagraron.
En fin, una serie para disfrutar de la medicina de Urgencias, de las salas de cirugia y, por qué no, de un buen culebrón americano que no te hará levantarte del sillón sin haber visto antes otro capítulo.
- Se ha explayado, doctor. Eso es bueno. Es señal de que hay un hueco en su filmoteca para una serie que nos ha marcado una época, una juventud en mi caso, a todos los que hemos disfrutado de ella.
- Eso mismo he querido expresar. Los avances del vídeo doméstico y la tecnología han hecho que volvamos a disfrutar de ella en DVD, de la primera a la última temporada. Riamos, lloremos y nos sintamos como uno más acompañando al cámara en sus largos planos-secuencia, que hacen que Urgencias sea una de las mejores series jamás exhibidas en televisión.
- Una cosa, doctor. ¿Sabe quien creó la serie? ¿Se sorprendería si le dijera que fue el mismo que escribió Parque Jurásico?
- ¿Eso es bueno? ¿O malo?

Juzguen ustedes mismos.

Crítica Origen; El sueño compartido de Chuang Tzu

 9/10

En un legendario microrrelato de la filosofía oriental del siglo IV a.C, Chuang Tzu soñó que era una mariposa, una mariposa revoloteando y aleteando alrededor, feliz consigo mismo y haciendo lo que le placía. Él no sabía que era Chuang Tzu. De repente, se despertó y allí estaba él, sólido e inconfundible Chuang Tzu. Pero no sabía si era Chuang Tzu que soño que era una mariposa o una mariposa que soñaba ser Chuang Tzu. Perdido en la levedad infinita del sueño, Chuang Tzu se había transformado en un ser híbrido y confuso sin referencia alguna de la realidad, navegando en una suerte de limbo inconsciente donde jamás volvería a ser él mismo.
Como heredero milenario de las enseñanzas del filósofo mandarín, Christopher Nolan actualiza el mundo onírico según las claves del cine comercial contemporáneo sin perder las evidentes pretensiones de autoría, exigiendo un mínimo de esfuerzo intelectual a un público masivo de multisalas. El resultado; Origen, una laberíntica fábula surrealista, apabullante visualmente, que nos conduce a los íntimos estados del subconsciente de un anti-héroe lastrado por el peso de los recuerdos y la ambición desmedida que suscitó su desgracia.
Una desgracia reproducida en bucle en los recovecos insólitos de su mente, con las resonancias aun estruendosas del marchar apresurado del tren, conectada con la muerte real de su mujer. Ambos soñaron conscientemente con un mundo forjado a golpe de brote de imaginación, recobrando cada uno de los recuerdos cruciales en el devenir de su vida, envejeciendo juntos tras una romántica promesa de amor eterno. No obstante, el sueño se hacía demasiado real; el deseo de vivir dentro de sus propios subconscientes, en la perfección creada por sus mentes, los apartaba del verdadero mundo en el que mientras dormían. Él necesitaba regresar para sentir el peso de la realidad sobre su cuerpo, para ello sembró la idea de virtualidad, de la falsa percepción de su sueño, en la mente de su amada, la misma idea que, como una bacteria resistente a todo tipo de envites externos, erosionó su mente y la condenó a vivir perpetuamente en un estado de ensoñación alucinógena hasta su presumible final.
Arrepentido, en la búsqueda de una falsa redención, Dom Cobb atesoraba sus recuerdos como la extensión vital de Mal, regresaba a la orilla de su Ítaca particular como un Aquiles condenado a una Odisea infinita. Y su subconsciente profundizaba aún más, perforaba el dolor latente de su corazón, encerraba en el sótano de su propio ser aquellos dolorosos recuerdos que presentaban a su mujer como una peligrosa homicida que busca venganza por lo que ella cree que ha sido la traición de su marido.
Bajo este profundo mundo sentimental subyacente, Cobb decide realizar su último trabajo en la superficialidad del mundo real, acuciado por la necesidad de volver a ver sus hijos a los que no puede accerder porque la justicia lo persigue. Para ello, deberá penetrar en la mente militarizada del heredero de un poderoso imperio industrial e inculcar en ella una idea que le suscite cambiar la estrategia expansiva de la empresa de su recién fallecido padre. Pero no puede hacerlo sólo; un equipo de los mejores arquitectos, programadores, químicos y actores le ayudarán en su compleja misión en la que no sólo deberá enfrentarse a las barreras defensivas del sujeto, sino a su propio subconsciente beligerante.
Christopher Nolan elabora en Origen un laberinto que se empecina en explicar redundantemente para evitar la desorientación del personal, que por otro lado permanece unas dos horas y media en estado de catarsis colectiva, algo realmente difícil en un tiempo de consumo rápido y digestión fílmica facilona. Y es que la película fluye con pasmoso ritmo, nervio, tensión sostenida y un alucinante estilo visual que provoca la sensación de estar presenciando una obra de arte cinematográfica de una originalidad precursora de un nuevo género. Nolan reinventa el thriller, le añade suspense, romance y ciencia ficción, y luego lo agita para conformar un cóctel explosivo de calidad evidente. Se hablan de muchas referencias, desde Buñuel y Resnais hasta Hitchcock, pasando por la espectacularidad futurista de Matrix, sin embargo, parece que Nolan se basta y se sobra para elaborar un discurso cinematográfico más o menos coherente, poderoso y original que se erige como una de las películas más interesantes del año.
Además, cuenta con un protagonista en perpetuo estado de gracia, en el momento álgido de su carrera y con visos de convertirse en uno de los más grandes de la historia; Leonardo DiCaprio. Y no sólo él; Marion Cotillard destruyendo mitos malévolos acerca del Oscar, Joseph Gordon Levitt en un registro antagónico respecto a 500 Días juntos, Ellen Page demostrando que hay vida tras Juno, Ken Watanabe correcto como siempre, y toda una serie de secundarios que ya han trabajado con Nolan (Cillian Murphy, Michael Caine) para conformar un elenco atractivo, de enorme personalidad y nivel artístico.
Cuando las luces se apagan y ese baile giratorio inseguro desaparece como un signo de interrogación, la mente continúa maquinando o quizás soñando con un mundo ficticio. Como Chuang Tzu, perdemos la referencia vital en el maremagnun confuso del sueño compartido al que nos hemos visto abocados; en fin, el cine.

Retrospectiva Woody Allen; Poderosa Afrodita

7/10

Lenny es un cronista deportivo casado con una experta en arte que aspira a regentar su propia galería. Su relación matrimonial es sólida, la pasión que los atrae como imanes opuestos aún no ha desaparecido con la inexorable rutina, y pasan el tiempo disfrutando de su compañía mutua. Sin embargo, el instinto maternal de Amanda (Helena Bonham Carter) comienza a despuntar de forma notable y el deseo de criar a un niño se empieza a convertir en una obsesión. A pesar de las reticencias iniciales y rotundas de Lenny, quien ve en la paternidad una amenaza algo desproporcionada, la pareja acaba adoptando a un bebé recién nacido, que se convierte en el centro de atención de sus vidas. Max crece y la perspicacia e inteligencia del niño no tardan en asombrar a sus padres (y si no que se lo digan a Lenny, a tenor de esa incómoda pregunta sobre quién manda en casa), quienes se encuentran felices por el prodigio que han criado. No obstante, en la mente de Lenny se desarrolla una sensación incómoda, un instinto de curiosidad insaciable acerca de los padres biológicos del chico, a los que imagina de una brillantez superior. La sorpresa será mayúscula cuando, tras su alocada búsqueda de los orígenes en el centro de adopción, descubre que la madre de Max es una prostituta que aspira a ser actriz de Broadway, para lo que se abre camino haciendo películas porno.
Poderosa Afrodita cumple a la perfección con cada una de las características cómicas y evidentemente personales del cine de Woody Allen; una historia insólita, personajes un tanto trastornados, ritmo endiablado, y tratamiento singular para una película que encuentra su piedra de toque en el retrato tierno y sincero de sus protagonistas. Y es que Allen se aleja de los habituales círculos intelectuales congregados en exclusivos restaurantes neoyorkinos donde dar rienda suelta a la más verborreica superioridad de clase, para mezclarse con personas de niveles culturales muy limitados, maltratados por la vida como en un círculo vicioso de desgracias a las que se enfrentan con inusitado valor.
Como esa sencilla, deslenguada y vivaz chica que escapa redundantemente de relaciones sentimentales destructivas del mismo modo que cambia de nombre. Bajo el de Linda Ash, conoce a ese extraño neurótico que paga únicamente por hablar con ella y que se esfuerza, desinteresadamente, en encontrarle a un buen hombre con intereses similares. La encargada de darle vida, una Mira Sorvino en estado de gracia que arrasó con todos los premios del año en la categoría de actriz secundaria, incluído el Oscar, al confeccionar un personaje que aunaba seducción con tierna espontaneidad. El plan de Lenny no resultó, sin embargo, el inescrutable azar proveyó a todos de un final ciertamente feliz.
Más allá del extravagante argumento y el ritmo frenético consabidos en su cine, Allen aporta a la película un desternillante coro griego a modo de obertura e hilo conductor que enlazaba con las inmortales tragedias griegas de forma cómica. Lo más hilarante, sin duda alguna, la contaminación de espacios y tiempo de los corifeos y el bueno de Lenny, los cuales aparecían sin previo aviso en épocas que no les correspondían. (incluido ese viejo Tiresias interpretado por el gran F. Murray Abraham). Esta ingeniosa vuelta de tuerca culminaba con un final algo apresurado aunque indiscutiblemente divertido mediado por un cúmulo de casualidades asombrosas que hilvanan a la perfección con el tono distendido y afable de la película.
Allen, así pues, confecciona una comedia alegre y apacible protagonizada por personajes sensibles y emotivos que recomendamos vivamente, como la mayor parte de sus obras, a todos aquellos interesados por el genio incontestable del judío más famoso de Manhattan.

Dulce Cine de Juventud; Abierto hasta el Amanecer

8/10

De pediatra conquistador (Urgencias) a héroe ante los zombies (Abierto hasta el Amanecer). De ladrón de casinos (Ocean´s Eleven) a periodista durante la Segunda Guerra Mundial (El Buen Alemán). De completo imbécil (Quemar Después de Leer) a perfecto sinvergüenza (Up in the Air). De astronauta (Solaris) a soldado (Tres Reyes). De superhéroe frustrado (Batman & Robin) a villano (El Americano, en septiembre en cines).
Esta es la carrera de uno de mis actores preferidos. El único por el que soy capaz de pagar una entrada para ir al cine entre tantas bazofias que se estrenan últimamente y de invitar a amigos con el fin de disfrutar de sus películas. Todas tienen algo de especial. Y parte de ese "algo" lo tiene George Clooney. Aquellos que me conocen saben que siento una debilidad especial por este actor. En el plano femenino, me ocurre lo mismo con Julia Roberts y su sonrisa. No se explicarlo así que no me meteré en terreno pedregoso. Simplemente decir que Clooney es un aliciente primario para ver esta película y pasárselo de miedo.
He querido rescatar para este "Dulce Cine de Juventud" de agosto una de las películas que marcó mi infancia. Mi compañero de fatigas en este blog ha querido reflejar aquí su cariño y aprecio a ¿Quién Engañó a Roger Rabbit? y yo he optado por traer a colación una de las cintas que más me han divertido, me divierte y me divertirá toda mi vida.
Abierto Hasta el Amanecer es una historia completamente estúpida. Lo se. Pero es inevitable no pasarselo bien ante todas y cada una de las secuencias de la que, para mí, es una de las películas más interesantes de los años 90. Locura, desmesura, surrealismo, erotismo, vampiros y gamberreo son los ingredientes de un cóctel que prepararon de manera magistral dos creadores jóvenes y con un talento abrumador: Robert Rodriguez y Quentin Tarantino, quien se reserva uno de los papeles protagonistas de la cinta.
Una road movie en la que una familia, cuyo patriarca es el gran Harvey Keitel, cae en las manos de dos ladrones y asesinos (Clooney y Tarantino). En ese momento, tendrán que compartir su camino con estos dos forajidos hasta llegar a un local con un nombre muy peculiar: "La Teta Enroscada". Comenzará en ese momento una sucesión de locuras sin nombre con un final que el espectador más avezado averiguará a medida que vaya avanzando el metraje. Para cobrar una suculenta recompensa deberán esperar toda la noche en este bar. Pero no todo va a ser whisky, mujeres y rock & roll.
Una banda sonora con temas de ZZ Top, Tom Savini, The Mavericks, el propio Clooney, Juliette Lewis y los Tito & Tarántula; con un guión de Quentin Tarantino en el que nos trae a la mente sus obsesiones y su estilo cinematográfico (por ejemplo, su debilidad por los pies y el hacernos transparente el maletero de los coches para mostrarnos el mcguffin de la película.
Si quiere disfrutar de una película gamberra, loca, absurda, con tiros, zombies, acción, explosiones, mujeres y una roulotte no dude en visionar Abierto hasta el Amanecer. Además, si decide comprar la edición especial en DVD, disfrutará de un fantástico y "gamberro" documental.
No lo lamentará.

De risas con los Monty Python; El sentido de la vida


Bajo la temeraria premisa de crear una de las obras cinematográficas más blasfemas, irreverentes y ofensivas de la historia, los Monty Python se emplearon a fondo y con gran acierto en dilucidar las grandes claves del significado de la vida, aunque con una acidez y  humor corrosivo que alcanza cotas mucho más elevadas que las despegadas en sus dos películas precedentes. El sentido de la vida se construye en base a una sucesión de sketches correspondientes a las distintas etapas de la vida humana, desde el mismo momento de la concepción hasta la muerte, engarzados por historias tan dispares como absurdas, con el fin último de intentar desentrañar algunas de las ideas fundamentales de nuestra naturaleza humana.
Ahora bien, que esta sinopsis apresurada no lleve lugar a equívocos; los Monty Phyton no ofrecen aquí respuestas elaboradas acerca de su apreciación personal de todo aquello que les rodea, más bien se mueven acordes a un afán deconstructivo de la cultura occidental que les ha sido transmitida e inculcada. Pocos salen indemnes de una crítica despiadada a lo que redundantemente se ha llamado la cultura superior occidental; políticos, burgueses, religiosos, soldados, intelectuales y un largo etcétera desgranado a través de lo políticamente incorrecto.
Y es que los Monty Phyton se mueven en esa peligrosa línea infranqueable de lo blasfemo y, por tanto, censurable, que rige la vida en sociedad y decreta aquellos que están dentro o fuera de ella. Suerte que el grupo haya utilizado el humor como herramienta de asedio, algo que no es tomado demasiado en serio aunque sus resultados suelan ser implacables. En todos los regímenes autoritarios siempre se ha permitido en mayor medida las manifestaciones cómicas de cualquier asunto que las arduas reflexiones, panfletos políticos o ensayos sesudos de la materia, ignorando que el impacto incitado por un gag o chiste aparentemente inofensivo puede rebasar las dimensiones del mismo. Los Monty Phyton juegan con esta dimensión de la realidad de forma brillante, atrincherando su despiadada crítica social en la presumible superficialidad de sus hilarantes sketches.
Y, desde luego, ¡qué hilaridad! Como ese número musical inolvidable parodiando las trabas sexuales impuestas por el catolicismo en la piel de un padre con 63 hijos que, no obstante, no duda en cantar que “todo esperma es sagrado”, aunque ello signifique la superpoblación de su casa del típico barrio obrero inglés. Tras esta demostración pública de orgullo católico, esa fantástica conversación entre un matrimonio protestante asombrado de la vulgaridad de sus pobres vecinos; ellos, afortunadamente, no están sujetos a esas restricciones aunque sí a su estereotipada frigidez estirada.
La etapa de crecimiento no es más asequible. Si no que se lo digan a esos pobres alumnos que deben sufrir las lecciones prácticas de sexo de un profesor abnegado que lleva a clase a su mujer para mostrar el funcionamiento básico del coito. Y tras ella, la guerra y su absurdo consecuente, aunque la flema británica no deje ver el horror zulú. Más allá y de reseñable diversión, el sketch de un matrimonio que elige por menú la conversación que disfrutarán esa misma noche o la cena indigesta de un hombre orondo (por decir algo) que termina por vomitar todo lo que come hasta explotar.
El sentido de la vida es una descacharrante sátira del género humano en toda su amplitud en la que se suceden historias dispares de humor surrealista. Es una lástima que, con esta película, los Monty Phyton decidiesen poner fin a su aventura en el cine juntos, al parecer por discrepancias internas y deseos de conformar una carrera independiente. Algunos tuvieron más suerte que otros; Terry Gilliam ejercitó su imaginación desbordante en proyectos que le reportaron gran fama entre un público consolidado (El rey pescador, 12 monos) y John Cleese se elaboró una trayectoria como cómico de cierta importancia; pero el resto se terminaron por retirar tras algunos papeles de escaso interés. El sentido de la vida fue un broche de excepción (con Premio Especial de Jurado de Cannes de 1983 incluido) a una breve aunque intensa carrera conjunta de risas absurdas y críticas descarnadas.

Películas para dos vidas; Tootsie

En 1982 llegó a las pantallas de todo el mundo una fantástica comedia en la que se entrelazaban de manera sublime, bajo la batuta del gran Sydney Pollack, unos elementos que se conjugaron para formar una de las grandes películas de la Historia del Cine.
Tootsie arranca con fuerza. Una serie de elementos para el maquillaje femenino y unas peculiares clases de teatro nos auguran que estamos ante una comedia en la que el protagonista, un pletórico Dustin Hoffman, se tiene que travestir en mujer de mediana edad para poder conseguir un trabajo en el dañino mundo del espectáculo. Tootsie ahonda por primera vez en la historia en la capacidad que tiene una mujer de carácter para hacerse un hueco allá donde vaya. Aunque esa mujer de carácter resulte ser un hombre.
Hay algunos casos de travestismo en la Historia del Cine. Si echamos la vista atrás rescatamos, por ejemplo, a Cary Grant vistiéndose de mujer en la fabulosa La Novia era Él (Howard Hawks, 1949) o cuando Jack Lemmon y Tony Curtis se disfrazaron en Con Faldas y a lo Loco (Billy Wilder, 1959). Pero en este caso, el travestismo no comportaba una serie de situaciones de repulsa al machismo sino se pretendía la comicidad y la implicación con el espectador.
Muchos son los ejemplos de la situación inversa. Mujeres que se travisten en hombres para poder entrar en un mundo dominado por el llamado "sexo fuerte". Hilary Swank tuvo un inolvidable papel merecedor del Oscar en Boys Don´t Cry. A su vez, Disney también reflejó la situación del "sexo débil" en Mulan. Julie Andrews también pasó por maquillaje para convertirse en Victor en la comedia de Blake Edwards Victor o Victoria, de resultado incierto. Decenas de producciones se han preocupado de esta temática.
Pero ninguna ha reivindicado el poder del hombre, el poder del machismo en un mundo tan cruel como el del espectáculo como Tootsie. Con un guión sublime lleno de situaciones totalmente disparatadas, encontramos también la nota de un inesperado romance, una pequeña dosis de drama y la consecuente crítica a un conjunto de personas que discriminan por el simple hecho de ser una mujer. Michael Dorsey, nuestro protagonista, es un actor frustrado. Un hombre con el que nadie quiere trabajar. Un estorbo para el teatro, para el cine y para el espectáculo. Su agente no tiene ofertas. Nadie quiere contar con él en sus proyectos. Pero su vida cambia cuando decide darle un giro a su vida y probar suerte en su propia profesión, pero vestido de mujer.
No se convierte en una damisela de los años 80, de cintura alta, rubia, esbelta (esterotipo maravillosamente encubierto en la figura de Jessica Lange). Todo lo contrario. Es una mujer bajita, miope, que se maquilla en su casa. Vestidos largos, permanente en el pelo. Pero demuestra tener carácter y el coraje suficiente para enfrentarse a todo el mundo cruel, discriminador e inhumano que representa el espectáculo. Harto de representar clichés, Michael Dorsey se convierte en Dorothy Michaels, que será contratada para un papel de reparto en una teleserie dirigida por un tirano (y machista, no se nos olvide) director. Su talento unido a su fuerza y coraje, que le hace saltarse los guiones de los episodios que graba, son muestras de que la mujer aún tiene mucho camino por recorrer para salvar las barreras que le impone la falsa masculinidad de algunos hombres que se creen poderosos.
Rápidamente, Dorothy Michaels se convierte en un ídolo, una heroína para toda una población femenina americana que trabaja de secretaria, de enfermera o siempre en un segundo plano y por detrás del "macho dominante". Dorothy pasa a ser ese ideal de mujer que todas querrían ser. Todo el mundo quiere conocerla, saber sus secretos. Si está casada, si vive con un hombre o con una mujer. Hasta ese día en que ya no puede más y saca a la luz, en un magnífico monólogo final improvisado en su teleserie, su verdadera identidad.
Sydney Pollack es un director comprometido. Vierte crítica social en todas y cada una de sus películas, por muy comerciales que acaben siendo. Tootsie no lo es menos y quizás sea la muestra más característica de crítica al machismo que veremos en muchos años en el cine. Con un actor realmente fantástico como es Dustin Hoffman, del que sobran las palabras, la cinta estuvo nominada a 10 Oscars de los cuales sólo consiguió uno a la mejor actriz de reparto para Jessica Lange. La triunfadora de aquel año fue Gandhi, que le arrebató la gran parte de los premios a los que optaba.
¿Por qué le recomiendo a usted Tootsie? Pues por dos razones. La primera de ellas, porque va disfrutar de una excelente comedia en la que va a reír y va a sentir ganas de no levantarse del sillón. Y la segunda razón, disfrute de una oposición al machismo como nunca antes había visto en la Historia del Cine con un guión inteligente, con frases y secuencias para guardar en videoteca.

Dulce Cine de Juventud; Quien engañó a Roger Rabbit, una improbable mezcla de whisky barato y personajes a todo color

7/10


El interés poco disimulado de Robert Zemeckis por las continuas innovaciones en el campo de los efectos especiales puede que sea uno de los rasgos más característicos de un director presumiblemente poco talentoso que, sin embargo, ha realizado algunas películas de enorme calidad inolvidables en la historia del cine. Ya en este blog hablamos de Forrest Gump
como una deliciosa fábula moderna de la amistad y la vida que, curiosamente, también revolucionaba el mundo de los efectos visuales, forjando una técnica que fundía imágenes de archivo con actores reales. Antes, Zemeckis había realizado la apasionante y alocada trilogía de Regresa al futuro y la cinta de aventuras Tras el corazón verde, todas ellas con un autoconsciente uso de la innovación como valor cinematográfico. Al igual que sus últimas películas, más cercanas al público joven, en las que ha sido uno de los primeros en utilizar el motion capture (Polar Express) y el 3-D (Beowulf, Cuento de Navidad).
La película que hoy nos disponemos a reseñar pertenece a esa época dorada para el cine familiar, la de finales de los 80, y, como no podía ser de otra forma, Zemeckis no podía dejar escapar la oportunidad de revolucionar el panorama cinematográfico de la época conjugando la imagen real con el mundo de la animación. Este género vivía una época de depresión profunda con Disney en una grave crisis de ideas que no reportaba un clásico desde 1973 (Robin Hood) y el resto de productoras exprimiendo éxitos de antaño, por lo general pasados hasta la extenuación. Y en medio de este desolador panorama y con el oportunismo que lo caracteriza, Zemeckis saca adelante un proyecto de más de 70 millones de dólares de presupuesto en una temeraria apuesta de Touchstone y la filial de Disney. El resultado, inmejorable; la película dobló su inversión en taquilla, la crítica la trató benévolamente e incluso ganó tres Oscar (Montaje, Efectos Visuales y Efectos de Sonido) además de otras tres nominaciones en su edición de 1988.
¿Quién engañó a Roger Rabbit?, no obstante, va más allá de una simple y novedosa apuesta por un cine ecléctico para toda la familia. La película de Zemeckis se ha erigido como un clásico moderno por su arriesgada conjunción de puro cine negro detectivesco y locura animada, buscando ese complejo equilibrio entre el público infantil y adulto, acompañado además de una ambientación depurada que nos lleva al hipotético Los Ángeles de 1947 en el que personas de carne y hueso y dibujos animados conviven en un mundo conectado por intereses y relaciones de necesidad mutua.
En esa situación se encuentra el taciturno Eddy Valiant (el siempre entrañable Bob Hoskins), un detective alcohólico venido a menos desde la muerte de su hermano, también detective, en manos de un “dibu”. Perdida la fe en los animados ciudadanos de ToonTown, Valiant se ve envuelto en un oscuro caso que implica a Roger Rabbit, un personaje de animación de gran éxito, acusado de un falso asesinato por despecho que al parecer no es más que una estratagema de un malévolo personaje con una verdad oculta e intereses devastadores para el mundo de fantasía que rodea la ciudad. Así pues, Valiant deberá lidiar con el carácter explosivo de Rabbit y sus compañeros al tiempo que intenta desentrañar la verdad de una maraña de intereses que le llevan hacia el malvado juez Doom (Christopher Lloyd).
Zemeckis logra tejer una historia de enorme atractivo recreando el cine negro de los 40 y 50, algo que une a un extensísimo elenco de dibujos animados de diferentes productoras (así podremos ver juntos por primera vez en la historia a Mickey Mouse y Bugs Bunny) que harán las delicias del público más joven. ¿Quién engañó a Roger Rabbit? es un hallazgo ingenioso, divertido y frenético de acción, risas y gabardinas que marcó una época y una generación de cinéfilos jóvenes como este que humildemente escribe. De paso, Zemeckis forja un mito erótico animado, el de Jessica Rabbit, esa femme fatale que conquista Roger con el humor hilarante que le ha hecho famoso, nos deja el fantástico corto animado protagonizado por el malhablado Baby Herrman que abre la película, y esa escena inolvidable en la que, sentado en el oscuro palco de un cine, Valiant se sincera con Roger. Cine para todos en una película que permanecerá viva como el testimonio de una infancia y adolescencia que se vio atraída irremisiblemente hacia esa improbable mezcla de whisky barato y personajes a todo color.