Festival de Cine Africano de Tarifa; Una ventana a lo desconocido



Esta ha sido una semana grande para Tarifa. La localidad gaditana que mira a su vecino inconmensurable desde la atalaya de viento y agua en la que se enclava ha celebrado, en su séptima edición, un Festival tan interesante como necesario, una ineludible cita con el cine que viene del sur, alejado del glamour y las alfombras rojas que copan los grandes certámenes internacionales, sin complejos y con una clara vocación de divulgación. En total, 113 han sido las películas exhibidas, buena parte de ellas estrenos absolutos, repartidas en diferentes secciones a concurso; El sueño africano (largometrajes), Al otro lado del Estrecho (documentales) y África en corto (cortometrajes); y fuera de concurso, en la que se presta atención a diferentes facetas de la cinematografía africana.
Pero el Festival de Tarifa va mucho más allá de la mera exhibición de películas; se erige, más aún, como un foro abierto de industria que pretende fomentar la cooperación y producción conjunta de proyectos de uno y otro lado del estrecho, así como ejercer de enlace entre sendos públicos, paradójicamente tan alejados a pesar de la cercanía y los múltiples lazos que los unen. Y es que es ahí donde encuentra su razón de ser una iniciativa pionera como la de Cinenómada, puesta en funcionamiento por la asociación organizadora del Festival, Al-Tarab, que organiza ciclos y proyecciones por toda la península para promocionar el cine africano, subtitulando cientos de títulos al año y convirtiéndose en la filmoteca más extensa de la región.
En la presente edición, bajo la presidencia del jurado de la directora Inés Paris, la gran triunfadora en el apartado de ficción ha sido Teza, de la etíope Haile Gerima, que se ha hecho con el Griot de Viento (15000 euros), mientras que en la sección de documental Les larmes de l’emigration (Las lágrimas de la emigración) se ha alzado con el Griot de Ébano (10000 euros), donde el director senegalés Alassane Diago disecciona la tragedia que conlleva el fenómeno de las migraciones. Por otro lado, el Premio del Público ha sido compartido entre Atletu y Ehkiu Ya Shahrazade (Sherezade), ampliamente aplaudidas por un recinto abarrotado.
El FCAT crece con paso firme, consciente de su importancia en nuestro país. Mane Cisneros, directora del festival, ha sido la encargada de poner el broche final con unas palabras esperanzadoras y agradecidas. “Nos toca despedir, sí, pero no puede ser una despedida triste, sino un hasta la vista lleno de fe. Fe en que estas obras hayan sido capaces de saltar desde las pantallas hasta vuestros corazones. Buenas noches y gracias a todos”.
Desde aquí, esperamos sinceramente que esas historias no queden en un limbo incierto, lleno de incomprensión y obstaculizado por barreras comerciales. El cine a contracorriente y arriesgado merece, siempre, nuestra atención y más profunda admiración.

Películas para dos vidas; Batman (1989)

9/10


A tenor de la última saga que Christopher Nolan ha realizado acerca de uno de mis personajes preferidos de los cómics, Batman, he querido rescatar la que posiblemente sea una de mis películas de la infancia, aquella con la que tantas tardes he disfrutado, disfruto y disfrutaré durante toda mi vida. Es imposible no recordar a Michael Keaton enfundado en un traje que nadie ha vuelto a vestir de la misma forma. Ni siquiera Christian Bale, que con tanto éxito ha conseguido resucitar a un personaje que murió gracias a Val Kilmer y George Clooney.
En Batman, Tim Burton consiguió crear una atmósfera inigualable que recrea magníficamente el cómic de Bob Kane. Gotham City es una ciudad en la que la luz del sol jamás aparece y en la que todos los personajes solucionan sus disputas a los ojos de la luna. Desde que comienza, una de las escenas más conocidas es la que presenta la primera vez a nuestro héroe en la azotea de un edificio con unos efectos especiales dignos de una época, 1989, en la que se comenzaba a explotar gracias a Burton y Spielberg los efectos visuales de las películas. Con unas interpretaciones portentosas de Michael Keaton y Jack Nicholson, en uno de los más grandes villanos de mi infancia: Joker. Un gran actor caracterizado para un papel que podríamos considerar que le viene como anillo al dedo. Nicholson es un actor al que siempre alabaré por su histrionismo y su versatilidad a la hora de interpretar cualquier papel que se le ponga por delante.
Por otro lado, un protagonista digno de una de las películas de mi infancia. Un Michael Keaton al que no he vuelto a ver en ninguna película digna. Tras Bitelchús y las dos películas de Batman en las que participó sólo hemos tenido oportunidad de verle en Jack Frost, Medidas Desesperadas o Mis Dobles, Mi Mujer y Yo. Sólo se podrían salvar la excelente Jackie Brown de Quentin Tarantino y The Company, una serie que todavía no ha llegado a España en la que interpreta a un agente de la CIA durante los primeros años de vida de la agencia de inteligencia norteamericana. Comparte cartel con Chris O´Donnell, curiosamente otro actor descarriado gracias a su participación en las películas del hombre murciélago.
La historia es completamente diferente a todas las demás secuelas. Si en esta película del 89, por ejemplo, Harvey Dent era un hombre negro interpretado por Billy Dee Williams, en todas las demás, irá cambiando de rostro pasando de Tommy Lee Jones a Aaron Eckhart. La saga de Batman guarda a los mejores villanos de la historia del cine y a lo largo de una retrospectiva que haremos en este blog, repasaremos todas y cada una de las aventuras de Batman, las buenas y las malas.
De momento, quedémonos con la atmósfera tenebrosa y gótica que nos transmite Tim Burton. Quedémonos con los buenos recuerdos del personaje de Jack Nicholson, todo un ídolo en la época. Mantengamos el cariño y el respeto por Michael Keaton y su impasibilidad a la hora de enfrentarse a los malvados secuaces de Joker. Adoremos a una bellísima Kim Basinger en el papel de Vicky Bale, quizás la mejor de las novias que ha tenido Bruce Wayne en años. Recordemos la banda sonora de Danny Elfman y riamos con las canciones que nos legó Prince como Partyman o Trust. Disfrutemos de una obra imperecedera, comercial, de culto y sobre todo, cabeza de serie de una de las sagas más productivas de la Historia del Cine reciente.

63º Festival de Cannes; A los pies de Bardem


En su ya dilatada carrera, Javier Bardem ha dado muestras suficientes de ser un hombre con una envidiable capacidad para elegir proyectos arriesgados en los que ha dado vida a personajes atormentados, de angustioso verismo y con una importante dosis de compromiso por parte del actor; desde su interpretación de Reinaldo Arenas en Antes de que Anochezca, que le valió su primera nominación al Oscar, hasta el Anton Chigurh de No es país para viejos, ocasión que lo consiguió, pasando por la más luminosa y tierna de sus apariciones en Los lunes al sol. Una trayectoria plagada de éxitos y en tendencia ascendente que llega a su cima con la Palma de Plata que hoy recibe en Cannes (uno de los pocos premios internacionales que le quedaban por conseguir) por su trabajo en Biutiful, del director mexicano Alejandro González Iñárritu.
En ella, Bardem da vida a un personaje de claroscuros, matices irregulares, fantasmas no superados; un vagabundo sentimental que se erige como eje absoluto de la trama escrita por Iñárritu (por primera vez sin Guillermo Arriaga), y por el que ha sido unánimemente aclamado por la crítica internacional. El premio es una recompensa más a la valentía de un actor fiel a sus principios, consciente de que su trabajo no era excusa para que su vida privada fuese difundida como la de un vulgar payaso televisivo, lo que además le ha valido ser injustamente asediado por la prensa más retrógrada de nuestro país. Hoy, Bardem ha dedicado el premio a su novia Penélope Cruz, pues así lo ha querido, sin hacer caso a las presiones de los funestos editores de revistas o de la condenable persecución de esos seres despreciables denominados paparazzi. Por todo ello y muchos más, el mundo cinematográfico debe rendirse hoy una vez más ante un monstruo de la interpretación y un personaje de raza; Javier Bardem.
Más allá del premio a Bardem, por cierto ex aequo con el actor italiano Elio Germano por su interpretación en La Nostra Vita, la 63º edición del Festival de Cannes ha aportado más elementos para la reflexión. Como la Palma de Oro a la película Uncle Boonmee del director tailandés Apichatpong Weerasethakul, la cual ha suscitado un tenso enfrentamiento entre diferentes sectores de la crítica, con concepciones muy diferentes de la supuesta genialidad de un director con una extensa trayectoria en festivales pero que sin embargo no ha podido llegar al gran público, lo que puede dar alguna clave de la clase de cine al que nos enfrentamos.
Por otro lado, el Gran Premio del Jurado fue para la cinta francesa Des Hommes et des dieux, de Xavier Beauvois, donde se narra la compleja convivencia de ocho monjes cirtercienses de un monasterio en el Magreb con sus hermanos musulmanes. Por su parte, el Premio del Jurado fue para película del Chad, Un hombre que grita, una historia sencilla e intimista que pone el punto de color en el festival, teniendo presente la escasa atención que se le presta al cine africano en los grandes festivales internacionales.
Otra de las grandes noticias del palmarés de Cannes es el triunfo de Juliette Binoche, una actriz que continua superándose en cada una de sus películas, por su papel en Copie Conforme, del director iraní Abbas Kiarostami, otro asiduo del Festival y muy valorado por la mayoría de la crítica internacional. Sin embargo, el premio al Mejor Director fue para un novel, Mathieu Amalric, actor francés de inestimable calidad expuesta en películas como La escafandra y la mariposa que ahora se traslada detrás de las cámaras con Tournée.
Así pues, el Festival de Cannes toca a su fin con la vaga sensación de no haber cumplido las expectativas en un velado pero real escenario de crisis que, obviamente, también incide en la producción y oferta de los festivales. Aun así, en él se han podido ver los nuevos trabajos de Ken Loach, Mike Leigh, Nikita Mikhalkov u Olivier Assayas, así como el nuevo proyecto, fuera de concurso, de Woody Allen. Cine por llegar a nuestras pantallas y que desde ya esperamos con ansiedad.

Crítica Two Lovers; La gris (y falsa) despedida de Joaquin Phoenix

6/10


Estrenada hace dos años en Estados Unidos, Two Lovers llega ahora a España con el impulso que confiere la polémica ligada a Joaquin Phoenix y el falso documental que próximamente se difundirá (previsiblemente en los cines) acerca del extraño periodo por el que este ha discurrido recientemente. Para aquellos que desconozcan la historia completa, valga decir que Phoenix anunció su retirada del mundo cinematográfico, precisamente con esta película que hoy comentamos, para dedicarse en cuerpo y alma a la música, más concretamente al hip hop, algo que, si bien sorprendió a muchos, no sería nada comparado con el revuelo suscitado por su actitud en público.

El ex actor comenzó a aparecer en programas de televisión, fiestas y actos varios con melena, una barba considerable y gafas de sol, hablando con un lenguaje apenas comprensible y muestras evidentes de estar bajo los efectos de algún tipo de narcotizante (un fantástico ejemplo de ello fue la entrevista concedida a David Letterman que podéis visionar aquí).

Las especulaciones acerca de la caída en desgracia de Phoenix no tardaron en despuntar, más aun cuando llegaron al público sus primeros ‘conciertos’ de hip hop, francamente lamentables. No obstante, hace apenas una semana, la controvertida actitud del actor encontró su razón de ser en el falso documental que ha dirigido su cuñado y amigo Casey Affleck acerca de la vida de Phoenix, titulado I’m still here; the lost year of Joaquin Phoenix, el cual promete añadir más mordiente a la historia ya que se rumorea contiene escenas sexuales explícitas, episodios violentos y revelaciones comprometidas. La duda acerca de la veracidad del documental, así como de la intención descarada del actor de versionar su propia vida interpretando el papel de perturbado del que ha hecho gala, se resolverá, o eso esperamos, con las primeras imágenes de la cinta.

Más allá de las desventuras de Joaquin Phoenix, Two Lovers nos sitúa en la periferia gris de Nueva York, en uno de los anodinos bloques de viviendas que ocupan el horizonte de la Gran Manzana, donde un hombre torturado, manifiestamente bipolar, e inseguro vive bajo la opresiva supervisión de sus padres, temerosos de que su hijo vuelva a reincidir en sus intentos de suicidio suscitados a raíz de la ruptura con su prometida. El personaje interpretado por Phoenix vagabundea en la desesperanza y el sin sentido de una existencia vacua, sin ningún tipo de aliciente que lo rescate de la pesadumbre en la que lo instaló el desamor. Hasta que dos mujeres totalmente antagónicas irrumpen en su vida.

La presencia de Sandra, una joven vitalista que conoce a instancias de sus padres, le dota de seguridad y confianza en un futuro plácido y feliz, sin embargo será la misteriosa Michelle, una nueva vecina a la que conoce de forma inesperada, quien lo atraiga a un nuevo bucle de frustración y ciego desenfreno al que queda enganchado sin remisión, aun sabiendo que ésta mantiene una relación con un poderoso abogado que le promete una y otra vez que dejaría todo por ella. Un hombre perdido, pues, entre dos mujeres que le confieren sensaciones opuestas, debatiéndose en la tradicional dicotomía entre el riesgo y las emociones fuertes y el sosiego de un amor limpio (ello nos recuerda la brillante película de Woody Allen Match Point).

Two Lovers se erige así en un melodrama oscuro tratado con una sobriedad aplastante y un uso consciente de la claustrofobia cinematográfica que deriva de la mente y las acciones de su personaje. Su director, James Gray (La noche es nuestra), nos conduce a territorios aborrecibles y deprimentes del ser humano sobre los que surge inesperadamente el amor en un claro intento por contar de forma diferente una historia relativamente convencional. El resultado es una película interesante, intencionadamente aburrida, gris en su planteamiento y ejecución, aunque interpretada brillantemente por Phoenix, ideal en los roles de persona traumatizada, cínica y algo perturbada. Desgraciadamente, no podemos decir lo mismo de Gwyneth Paltrow, una actriz decididamente acabada desde hace ya algo más de diez años, cuando consiguió el Oscar por Shakespeare Enamorado.

Así pues, película de cierta originalidad en su tratamiento del tema que alcanza su plenitud en un final bastante bueno. No obstante, Two Lovers deja un poso de duda bastante inquietante; y es que parece más que probable que sin la figura de Joaquin Phoenix dando vida a Leonard, la cinta no se hubiese pasado de la mediocridad más absoluta.


Crítica Robin Hood; ¡Calla, que nos acusan de plagio!

6/10

Un refrito de algunas películas exitosas de los últimos diez años es lo que nos ofrece Ridley Scott en esta película, que aún no siendo del todo buena, resulta más apetecible de ver que todas las versiones que nos han mostrado acerca de las aventuras de Robin Hood. Si el personaje de la Disney se quedó en película para niños y poco más, donde nuestro aventurero era un zorro con traje verde, en 1976 se realizó la más notable adaptación del cuento del héroe de los bosques de Sherwood. Sean Connery se ponía en el papel de Robin mientras que su partenaire era una Audrey Hepburn en el ocaso de su carrera. Después, en los 90, el inestable Kevin Costner realizó una patochada de tamaño mayúsculo llamada Príncipe de los Ladrones y donde cada personaje era peor que el anterior. No hemos de olvidarnos a Errol Flynn y su Robin de los Bosques, que causó sensación entre el público femenino de la época.
Pero pasemos directamente a la cinta que nos ocupa. Y es que en cuanto entras en la sala no puedes evitar los comentarios que todo crítico y aficionado al cine ha lanzado a lo largo del período de promoción de la película refiriéndose a sus más que posibles similitudes con aquella gran película que dirigió Scott y otorgó a Russell Crowe su primer y único Oscar al mejor actor: Gladiator. Si bien director, actor, director de fotografía y montador son los mismos, la película guarda más semejanzas con Salvar al Soldado Ryan o 300 que con su predecesora. Si usted quiere ir a ver Robin Hood, tranquilo, no se encontrará la secuela de Gladiator. Se encontrará con una película de aventuras que se deja ver y cuyos 140 minutos no pesan excesivamente sobre el cansancio del espectador. Hay una decena de escenas que, inevitablemente, recuerdan al péplum de Maximo Décimo Meridio pero que saben adoptar una cierta independencia.
Con grandes escenas de acción y batallas al más puro estilo de Ridley Scott, Robin Hood se nos presenta como una historia interesante y para pasar una tarde de cine, aunque hay películas mejores. Es inevitable sentarse ante la última hora de la película y no acordarse de la caída de centenares de flechas en 300 y una de las secuencias de esta película o revivir el desembarco de Normandía en el siglo XII sin la mano maestra de Steven Spielberg. Aquí, Scott, construye unos barcos con un sistema de apertura más que parecido con las barcazas que desembarcaron en Francia en la Segunda Guerra Mundial. Las escenas aéreas y submarinas recuerdan a la cinta de Spielberg. También es inevitable no reírse ante los caretos de un forzado Russell Crowe, al que queda demostrado su pasión por salir en escenas a cámara lenta mientras profiere un sin igual grito de guerra.
Mientras Gladiator, película hermanada por los críticos con Robin Hood, nos dejó frases que quedan en la memoria histórica de todo aficionado al cine así como una portentosa interpretación de Russell Crowe y una banda sonora como pocas las ha habido y habrá en la Historia del Cine, aquí se nos transmite un mero entretenimiento al que no debemos de sacarle más vueltas exceptuando las idas de cabeza del director durante la última media hora. Si hablamos del apartado interpretativo, una correcta Cate Blanchett (actriz que ya ha hecho de todo y a la que auguramos una carrera más que respetable), un ciego Max Von Sydow (a punto de convertirse en el primer ciego asesino del s. XII) y los malos malísimos Mark Strong y Oscar Isaac convierten Robin Hood en una pasable e interesante así como olvidable película de aventuras.

Crítica Perdona si te llamo amor; El mundo rosa de Moccia


5/10
Para todos aquellos que se hayan encontrado en librerías, hipermercados o en otras grandes superficies que desvergonzadamente venden libros al por mayor, con volúmenes de considerable tamaño y portadas llamativas en las que el título comience con un Perdona, vamos a realizar esta crítica con el mero objetivo de arrojar un poco de luz a este fenómeno editorial, italiano además (y es que no es demasiado común), que ahora deviene en película dirigida por el propio padre del éxito, Federico Moccia.
Aquí, naturalmente, no vamos a abordar las claves de la obra literaria, que ya cuenta con varias secuelas y millones de ejemplares vendidos, sino de la forma estrictamente cinematográfica que adopta ahora el mundo rosa concebido por Moccia. Y es que es ya una costumbre que los best sellers de una temporada en concreto salten directamente a la pantalla sin demasiado periodo de reflexión; ahí están las dos entregas de Dan Brown con reparto de lujo y la dirección competente de Ron Howard, la trilogía nórdica de Millenium o la legión de adaptaciones de obras juveniles que nos llegan cada verano u otras fechas festivas (Harry Potter es sólo el cénit). La necesidad de estas adaptaciones, de modo obvio, no está relacionada con ningún tipo de motivo estético o artístico, el único objetivo es, irremisiblemente, el dinero seguro que aportan los cientos de miles de jóvenes seguidores, en mayor medida, de los libros. La inversión es, por tanto, un simple escollo fácilmente recuperable a corto plazo. En el caso del fenómeno Moccia la cuestión es aún más clara; no se requiere ni de efectos especiales, ni de mundos digitales paralelos ni de grandes caras conocidas; un negocio, pues, redondo.
Aún así debemos reconocer el riesgo que ha adoptado Moccia al ponerse detrás de las cámaras para llevar a la pantalla la historia que él mismo creó. Suponemos las reticencias obvias del escritor ante las ansias de dinero fácil de las gentes del cine italiano; una perla como esta que garantiza la exportación del producto más allá de las fronteras italianas no es algo demasiado común en una cinematografía exangüe a nivel internacional. Y, de hecho, Moccia no sale mal parado. Dirige con cierta agilidad y manifiesta locura mediterránea una bonita historia de amor que roza el infanticidio, con toques de humor y altas dosis de libertinaje; una suerte de oda a la adolescencia femenina. Entendemos, ahora, el éxito entre las jóvenes féminas de las novelas de Moccia. Y es que este ha confeccionado un almibarado relato de lo que toda adolescente sueña con poder realizar; seducir a un apuesto hombre maduro que camina hacia una cuarentena bien conservada y, además, darle lecciones de amor, hacerle replantearse su vida y caer, finalmente, a los pies de la supuesta madurez de las mujeres de 17 años. Quizás por ello, esta película no es especialmente recomendable a hombres con cierto amor propio.
Un amor propio que parece que no tiene el protagonista de la película, abandonado por una autocrática pija insoportable y ahora enamorado de una niña dominada por la locura de las hormonas; en fin, un pánfilo atractivo que ve cómo su vida es reconducida por la frescura de la joven Nicky.
Aunque la historia puede llegar a parecer en ciertos momentos rocambolesca, principalmente por la diferencia de edad, la película es narrada con rapidez, evidente superficialidad y diversión. Perdona si te llamo amor da lo que promete en su título, dosis ingentes de amor libre adolescente acompañado del característico humor alocado italiano. Una fórmula que, según auguro, será repetido en más ocasiones al hilo del resto de entregas del fenómeno editorial de Moccia.

Crítica El Rey de la Comedia; Aunque sólo sea un día...

7/10

En uno de los momentos álgidos de El Rey de la Comedia, Rupert Pupkin le espeta a un policía que lo conduce a un futuro incierto aunque merecido que él prefería ser rey por un día que bufón toda una vida. Una frase, sin duda, que resume a la perfección el núcleo de una cinta aparentemente intrascendente aunque poderosamente sugerente. Y es que son muchos los tópicos que aquí se plantean con mayor a mejor fortuna; la farsa bajo la que se aguardan populares estrellas sin vida propia, la persecución de un sueño a cualquier coste, la frivolidad de la opinión pública, la comedia como tabla de salvación de personas torturadas por la vida…

Scorsese, con la maestría que se le conoce, construye aquí una comedia agridulce, extraña, a ratos surrealista, una rara avis dentro de su filmografía y por ello de aún más valor. Y es que, dejando a un lado Jo, qué noche, Scorsese no se ha prodigado demasiado en el género humorístico y cuando lo ha hecho, como en los dos casos mencionados, lo ha hecho administrando a la trama una importante dosis de cinismo, de etiqueta negra.

En El Rey de la Comedia, la cámara se centra en un neurótico personaje obsesionado con tener su momento de gloria en el programa televisivo de Jerry Langford, el cómico estrella del momento. Para ello, el inefable Rupert Pupkin no ceja en su intento de convencer a su ídolo de su potencialidad como monologuista, a lo que este responde con la indiferencia característica de un hombre encumbrado por la masa. No obstante, si algo caracteriza a Pupkin es, sin duda, la perseverancia; así, acude cada día a las oficinas de Langford en busca de una audición siempre frustrada y donde, por el contrario, encuentra las negativas de sus ayudantes. Espoleado por su extraña compañera de fatigas, una desquiciada Sandra Bernhard, Pupkin decida plantearse medidas algo más drásticas que lo llevarán a enfrentarse con la justicia misma hasta finalmente alcanzar, paradójicamente, el sueño de su vida.

Probablemente, uno de los aspectos más importantes de la película sea la interpretación de Robert De Niro. Poco acostumbrado a roles cómicos (aunque en los últimos años los haya explotado en mayor medida con Los Padres de ella o Terapia Peligrosa), en El Rey de la Comedia triunfa con la creación de un personaje complejo, cómico aunque traumatizado, al que lo dota de verismo y cierta ternura. Para el recuerdo quedará siempre el monólogo final, donde provoca las risas de los televidentes con los trágicos acontecimientos que él mismo padeció en su infancia y adolescencia. Y es que fueron muchos los años los que ensayó ante el espejo sus gags, confeccionando sus propios escenarios, imaginando las situaciones en las que se vería una vez hubiese alcanzado la fama. El gran De Niro tiene su réplica en un contenido Jerry Lewis, algo extraño en su carrera, como el distante y malhumorado Jerry Langford.

Naturalmente, El Rey de la Comedia no es la mejor película de un genio como Scorsese, pues en ciertos momentos la película cae en el tedio, adolece de ritmo y el surrealismo alcanza cotas peligrosas, no obstante, supone una experiencia curiosa y divertida dentro de su filmografía además de una excelente oportunidad de disfrutar del talento infinito de De Niro.




Crítica Grindhouse; Díptico homenaje al cine desconocido


Death Proof: 7/10
Planet Terror: 4/10

No puedo evitar sentarme en una silla tranquilamente y no reírme ante lo que me dispongo a hacer. No me rio porque vaya a hacer algo malo sino porque se que mi compañero de fatigas en este blog estará con la mosca detrás de la oreja por atreverme a hacer una crítica sobre esta película dividida en dos partes que es Grindhouse. Querido Jesús Benabat, es mi venganza por tu Querido John. Espero que lo entiendas.
Después de esta amable dedicatoria, quiero comenzar esta poniéndome en la piel de dos directores que han ido de la mano durante toda su carrera y a los que se deben mutuamente sus éxitos, especialmente los primeros y más los del mexicano Robert Rodriguez. Quentin Tarantino no necesita presentación. Sus trabajos, auténticos manuales del cine actual, son referencia clara en todas las escuelas de cine, mesas redondas y círculos especializados. Y a todo el que nos guste el cine tendremos la obligación de ver, al menos dos veces en la vida, alguna de sus genialidades. Desde Reservoir Dogs hasta Malditos Bastardos pasando por Kill Bill o Pulp Fiction, sus obras son fantásticas muestras de una imaginación desbordante y un buen hacer que en el cine actual se agradece. Por el contrario, Rodríguez, un director que no me hace especial gracia, ha tenido altibajos en su carrera. Desde la fantástica Abierto hasta el Amanecer o Sin City pasando por las noñerías de Spy Kids y las estupideces de El Mexicano y Desperado, Robert Rodriguez ha realizado más películas irregulares que buenas, al contrario que su socio.
La primera de las películas que he visto de este díptico, Death Proof me ha resultado simplemente deliciosa. No siendo una fantástica película, ni tan siquiera osando a pasar a los anales de la Historia, el entretenimiento está asegurado durante la hora y media de duración. Con una historia tremendamente simple y unos diálogos perfectamente delimitados para sus personajes, todos ellos chicas de muy buen ver y con evidentes problemas con las drogas, el sexo y el alcohol además de la velocidad. Con un correcto Kurt Russell, que en toda la película tiene un rostro de incredulidad ante las diferentes situaciones que le acontecen. Desde ese baile de Vanessa Ferlito que ha conseguido pasar a mi videoteca personal al son de Down in Mexico de The Coasters, una banda de R&B que triunfó en los años 50, hasta la secuencia en la cual es perseguido sin descanso por una autopista por una banda de chicas que no le dejaran en paz hasta que acaben con él. Mención aparte merecen las féminas de la película. Vanessa Ferlito, Zoe Bell, Rosario Dawson, Sydney Poitier o Rose McGowan son algunas de las que aparecen en esta cinta realizada para ellas, para que se luzcan, algo que consiguen en demasía.
Sin embargo, de lo que todo el mundo habló cuando se estrenó la película fue de la secuencia de la persecución. Es una aventura cardiaca en la cual nos montamos en un coche con Tracie Thoms y Rosario Dawson. Zoe Bell quiere probar nuevas experiencias de velocidad y se sube al capó sujeta solo con dos cinturones atados a ambas puertas delanteras del vehículo. Hasta aquí todo parece ir normal. Pero es entonces cuando un asesino despiadado comienza a perseguirlas en una de las secuencias más espectaculares de los últimos años de la Historia del Cine. Con un final que hace justicia a la película, Death Proof es un agradable entretenimiento para una tarde lluviosa en la que usted quiera ver algo más que las películas nefastas de las cadenas de televisión. La dirección de Tarantino, las chicas, un duro del cine y la garantía de ver una más que decente película deben ser suficientes alicientes.
Por otro lado, Planet Terror, la segunda de las películas y la más irregular con diferencia. En toda pareja siempre hay un elemento que desentona. En esta ocasión y con un reparto no demasiado pésimo formado por Josh Brolin, Bruce Willis, Michael Biehn, Freddy Rodriguez (visto en A Dos Metros Bajo Tierra), Stacy Ferguson (la cantante de Black Eyed Peas), Naveen Andrews (Sayid en Perdidos) y Rose McGowan, Planet Terror es una película de zombies en el que se inoculan elementos de todas las películas de Rodriguez combinados con elementos fetiches de Tarantino, coautor del guión. Mientras Tarantino no muestra ni un solo desnudo ni más sangre de la necesaria, Robert Rodriguez se explaya en construir una completa carnicería que no aporta absolutamente nada al desarrollo de la trama. Rodríguez demuestra una vez más que se sigue rodeando de la gente con la que trabaja desde que empezó: Cheech Marin, Michael Parks y Tom Savini, totalmente reconocibles en otras obras del director. Planet Terror no resulta tan apetecible como su compañera y no me atrevo ni siquiera a recomendarla. Existen mejores películas sobre zombies con las que podremos pasar un rato más productivo.
Como acabar este repaso sin hacer un breve recordatorio acerca de la relación que existe entre el título original de la película, Grindhouse, y las salas donde en la época de los 50 y 60 se exhibían las películas de serie B que, por lo general, eran de terror. Un terror que en aquel tiempo tocaba las emociones de los espectadores y que tanta gracia nos hace ahora. Este es el homenaje que dos directores de renombre internacional le hacen a las películas de su infancia y que, sin duda ninguna, tanto les influenciaron a la hora de desempeñar su labor en la carrera cinematográfica. Esto, unido a la presentación que nos hacen ambos de las dos películas en las cuales vemos las típicas manchas visuales propias de las proyecciones en los cines combinadas con un montaje, en algunas ocasiones irreverente, y un par de trailers al principio de cada película dirigidos por Eli Roth, autor de la saga Hostel y colaborador habitual de Quentin Tarantino.
En resumen, yo recomiendo encarecidamente Death Proof y el coche "a prueba de muerte" de Kurt Russell. Disfrute de una película sobre chicas, coches y velocidad con una banda sonora excelente y deje de lado Planet Terror. Se ahorrará tiempo y dinero.

Crítica New York, New York; Himno a la cultura popular

7/10

No se exactamente donde leí la frase con la que titulo mi crítica. Sin duda sería en algún sitio especializado en cine, en Scorsese o en la ciudad de Nueva York. Algo me hace intuir que esta película, realizada en 1977 con un alto presupuesto que se llevó los sueldos de Robert De Niro (en su tercera colaboración con Scorsese) y Liza Minelli así como en los fastuosos decorados que enmarañan toda la película. Pero New York, New York no es un clásico al uso. Ni siquiera fue un éxito en su época. Lo que realmente hace a esta película ser considerada como un clásico es que Liza Minelli, al final de la película, nos transporte hasta la ciudad de Nueva York mediante una serie de notas musicales enlazadas en lo que se denominó todo un himno a la ciudad "que nunca duerme". La canción alcanzaría honores de grandeza cuando Frank Sinatra entonó la canción inmediatamente después de su estreno.
Más de dos horas y media de metraje en el que vemos como dos actores como De Niro y Minelli ofrecen interpretaciones más que diversas. Mientras el primero realiza una de las grandes interpretaciones de su carrera poniéndose en la piel de un saxofonista medio rematado mentalmente, Minelli se limita a cumplir su papel y brillar en sus números musicales, realmente bien conseguidos. Por eso se invirtió tanto en esta película. Para que el homenaje que Scorsese quería trazar en torno a su ciudad natal fuese un éxito.
Nada más lejos de la realidad. La cinta resultó un fracaso y ni la presencia de De Niro, ganador del Oscar unos pocos años antes por su genial interpretación de un joven Vito Corleone en El Padrino II ni el trabajo de Liza Minelli, ganadora del Oscar a la mejor actriz en 1972 por Cabaret hicieron que la gente se acercara a los cines. Tampoco el últimamente utilizado como reclamo publicitario primordial nombre de Martin Scorsese, a quien las nuevas generaciones solemos tener como un auténtico manual viviente del cine.
Con escenas realmente memorables, New York New York se ofrece al espectador como una aventura única de sentir, vivir y emocionarse al adentrarnos en lo más profundo del Nueva York posterior a la Segunda Guerra Mundial, más concretamente cuando los soldados regresan victoriosos tras su contienda con los japoneses. De Niro nos da un completo manual de cómo ligar en una fiesta con una chica desconocida mientras que disfrutamos viendo como Liza Minelli se empeña en darle calabazas. Geniales también son los momentos que ambos viven en pareja incluso las más crudas discusiones, entre ellas la que tiene lugar en el coche de ambos cuando ella decide marcharse del local en el que están y tras hablar con un productor musical que promete lanzar su carrera en el mundo de la música. Aquí comenzará una pugna entre ambos por ver quien llega más lejos en el complicado mundo del espectáculo.
Si ponemos algún punto negativo a la película, será el referente al guión, el cual se hace en algunas ocasiones demasiado pesado y poco llevadero. Por lo demás, tanto la banda sonora enmarcada en el contexto de la aparición y explotación del jazz como música que definía a los Estados Unidos en la época como la fotografía, trabajada por el gran Laszlo Kovacs, hacen que el espectador disfrute escuchando a sus protagonistas, sus canciones, sus problemas y sus debilidades.
Pero usted quédese hasta el final para deleitarse con la canción que da fin a la película. A mí personalmente me gusta más la incomparable voz de Sinatra pero merece la pena escuchar a Liza Minelli sentir, vivir y emocionarnos con cada nota que sale de su boca al entonar ese mágico himno que hoy es todo un auténtico clásico.

Dulce Cine de Juventud; Hook, el vuelo perdido de un niño devenido en pirata


8/10

Enmarcada dentro de ese grupo selecto de películas que a pesar de los años y el devenir de la experiencia personal se mantienen indemnes, actuales y deliciosas ante nuestros ojos, Hook continua aportando esa frenética vitalidad con la que fue concebida por el genial Steven Spielberg en su particular intento de continuar lo que un día imaginó, brillantemente, J.M. Barry en su obra Peter Pan. No importa que el VHS que contiene la película comience a dar muestras evidentes de deterioro, o que las cadenas de televisión no cejen en su empeño de programarla al menos una vez al mes; este cinéfilo empedernido no deja de disfrutar una y otra vez con las aventuras de un maduro niño perdido en busca de sus orígenes. Y es que, si bien crecemos y nuestras preferencias cinematográficas se van depurando conforme a la adquisición de los conocimientos y experiencias que la vida nos confiere, una parte de nosotros permanece anclada en la infancia y sigue disfrutando con la misma vehemencia e ilusión del cine que un día llenó nuestras largas de tardes de ocio (ya desaparecidas por otro lado).

La película de Spielberg es un giro de tuerca a la tradicional historia de Peter Pan, inmortalizada en el clásico homónimo de Disney de 1953, planteando un hipotético futuro en el que Peter ha abandonado el País de Nunca Jamás, con los consecuentes procesos vitales ajenos a este fantástico mundo; se ha casado, ha tenido hijos y es un importante hombre de negocios que ha olvidado todo lo que fue en su juventud. Sin embargo, el viaje que emprende a Londres para asistir al acto conmemorativo en honor de una anciana Wendy y, en mayor medida, el rapto de sus hijos por parte del malvado capitán Garfio (Hook), le servirán para iniciar esa búsqueda en su pasado y enfrentarse a los miedos que lastra desde entonces.

Bajo este planteamiento, Spielberg revisa ese mundo dividido entre niños perdidos y piratas (adultos) escenificado por Barry, y ahonda en la naturaleza perdida del protagonista, ahora devenido en pirata, tal y como le recrimina atónita Wendy. El viaje a los orígenes, pues, se convierte en una hilarante aventura de piratas borrachos, niños perdidos y un protagonista escéptico ante todo lo que le está ocurriendo que tiene el deber de volver a creer si quiere recuperar a sus hijos. Spielberg introduce aquí una subtrama recurrente en sus películas, que es la desatención del padre hacia sus hijos, demasiado ocupado por el trabajo. En la película, Peter, además de enfrentarse a su Némesis, deberá recobrar la confianza perdida por parte de sus hijos.

Como reverso oscuro de Peter, encontramos a un obseso capitán nostálgico de un antagonista de categoría maravillosamente interpretado por Dustin Hoffman. Este configura un personaje plagado de tics, anclado en el pasado y que no se resigna a vivir sin su contrincante predilecto; aquel niño soez enfundado en mallas verdes que volaba a placer y acababa con todos sus maléficos planes. Su sorpresa es mayúscula cuando se topa con un Peter maduro que ha olvidado volar y ha perdido su imaginación. La tarea de los niños perdidos es, pues, ingente.

Peter debe dejar a un lado todo aquello que ha aprendido y hecho suyo a lo largo de los años y regresar al núcleo de su ser, a su infancia. Debe volver a creer en la imaginación como motor vital, ejemplarizado emocionantemente en la cena multicolor junto a los niños perdidos, quizás una de las mejores escenas de la película. A partir de ahí, el proceso es mucho más fácil pues, despojado de todo lo circunstancial y abierto a un mundo de fantasía, sus recuerdos brotan inconscientemente; sabiendo quién es todo es posible, incluso volar.

Hook es, ante todo, una tierna historia de fantasía que no rehuye la nostalgia por el paso del tiempo y la pérdida de la inocencia. Es, además, una maravillosa película de aventuras, genialmente dirigida e interpretada por un selecto elenco de actores reconocidos, empezando por Robin Williams, encantador siempre, como maestro de ceremonias, y secundado por el pequeño gran genio Dustin Hoffman, excéntrico, maniático e hilarante en su papel de Garfio, Julia Roberts como Campanilla, Bob Hoskins en el rol del pícaro y mordaz lugarteniente Schmit, y Maggie Smith como la anciana Wendy. Por si fuera poco, qué mejor forma de ponerle música a las imágenes que utilizando las composiciones de John Williams, una verdadera institución en el mundo del cine.

Creo que jamás me cansaré de ver esta película, y, posiblemente, a medida que los años vayan haciéndome perder la imaginación y la fantasía que aún detento, la experiencia será aun más triste y emocionante a la vez. Hook siempre tendrá su hueco entre aquellas películas que me han hecho soñar.

Crítica Casino Royale (1963); Auténtica bazofia clásica


INCLASIFICABLE
Se necesitan ganas de cachondeo para rodar una película de este calibre. Se necesita poca vergüenza y necesidad de reírse de una de las sagas más exitosas de la Historia del Cine. Falta le hacía al omnipresente James Bond que alguien se riera de él. No hubo que esperar mucho ya que Dr. No se estrenó en 1962 y cinco años después, un reparto como pocas veces veremos en el cine, se mofaba del personaje que popularizó Sean Connery y que tantos éxitos le dio a United Artists.
A medida que avanza la película, vamos teniendo la sensación de que los directores de la cinta (cinco nada menos, entre los que contamos a John Huston, Robert Parrish o Val Guest) en vez de reírse de Bond, se están cachondeando de nosotros. Con unos diálogos auténticamente desatrosos y unas interpretaciones realmente dignas de olvido, Casino Royale es uno de los bodrios más tremendos de la Cinematografía de no ser por una razón. Nadie pretendía que fuese una gran película sino una ironía acerca del machismo preponderante y los buenos "quehaceres" del personaje de Connery que posteriormente y resistiendo el paso del tiempo y los efectos de esta película se encargaron de completar George Lazenby, Roger Moore, Timothy Dalton, Pierce Brosnan y Daniel Craig. Éste último incurrió en la saga Bond precisamente con una película homónima a la que nos toca en esta crítica.
Con persecuciones dignas de las mejores películas de Steve McQueen combinadas con escenas totalmente surrealistas, Casino Royale es objeto de alguna que otra aclaración. La primera de ellas es que usted no debe ponerse delante de esta proyección si no conoce a fondo la saga, verdadera por supuesto, de James Bond. Es imprescindible saber que Manipenny se corresponde con Mrs. Moneypenny, la eterna novia de Bond y plañidera desconsolada en caso de muerte amén de identificar el proyecto SMERSH con el malvado Telly Savalas en Al Servicio Secreto de Su Majestad. Deberá saber que el James Bond retratado por su protagonista, el gran David Niven, es tartamudo. Ferozmente se intenta ironizar acerca de la idea del hombre perfecto que se propaga desde las películas basadas en los libros de Ian Fleming que, como digo, tanto éxito tuvieron.
En esta cinta resulta que hasta James Bond tiene familia. Y es que su sobrino, Jimmy Bond, interpretado por Woody Allen es uno de los puntos más exquisitos de una película que a medida que pasan los minutos deja más que desear. Aunque segundo tras segundo, Casino Royale se hace más absurda, es imposible siquiera acordarse de que en el mando a distancia existe un botón que pone STOP y que sirve para detener la reproducción. El erotismo exacerbado combinado con chistes de corte machista son la nota dominante de buena parte de la película que cuenta con uno de los repartos más espectaculares de la Historia: David Niven, Peter Sellers, Ursula Andress (vista en la primera de las películas de la saga Bond en una de las escenas más conocidas), Woody Allen, Orson Welles, Deborah Kerr, William Holden, Peter O´Toole, Jean Paul Belmondo o John Huston.
Algo que también resulta sorprendente es que aquí James Bond es sir, es decir, posee un título nobiliario que se le suele otorgar a aquellos británicos que realizan alguna acción que merezca ser reconocida en nombre del Reino Unido. Por tanto, entendemos que este Sir James Bond ya retirado, interpretado por Niven, ha hecho algo digno de mención. Más que el verdadero Bond, más que el ídolo de masas al que todas las mujeres adoran en la saga paralela.
Algún día recuperaremos las películas de Bond, auténticas joyas cinematográficas todas ellas y verdaderos objetos de estudio. No pierda el tiempo y comience con Sean Connery. Termine con Daniel Craig (excepto la última) y después contemple esta película.
Quizá lo único destacable de la película sea la canción con la que, al más puro estilo de las verdaderas películas Bond, se abre la película. Yo, que he crecido con las películas de Bond en VHS y me se cada una de ellas, no puedo más que reirme aunque no a carcajadas de esta parodia que no le hizo ningún daño a una saga que se consolidó con el paso de los años.

Crítica de Ágora; Retrato abúlico de una Alejandría convulsa

6/10

Auspiciada por la calidad reconocida de su director, Alejandro Amenábar, y las astronómicas cifras del presupuesto con el que ha contado, muchas eran las perspectivas puestas en una película que vendría a hacer las funciones de abanderada de un nuevo cine español de grandes inversiones y calidad pareja a las estadounidenses. Si bien el resultado final es notable, fundamentalmente en su aspecto técnico, Ágora se queda a medio camino de erigirse como un auténtico éxito cinematográfico en lo que a calidad se refiere.
Amenábar juega en su magna obra con dos tramas paralelas, jugosas ambas, que no termina de ensamblar armoniosamente; por un lado, la que sigue los pasos de Hipatia y sus investigaciones astronómicas, y por otro, las luchas religiosas y políticas que se libraban en la ciudad egipcia de Alejandría entre paganos y cristianos. Proporcionalmente, es esta última la que acapara mayor interés dentro de la película, sin embargo no se llega a profundizar en ella suficientemente, al menos para llegar a comprender las inquinas y traiciones que se desarrollaron entre las facciones. En detrimento de esto, abundan las escenas de destrucción y muerte, magistralmente rodadas por otro lado, que, si bien apoyan el cine-espectáculo que tanto se reclama en nuestro país, no aporta mucho más al devenir de la cinta.
Otra de las sorpresas que depara la cinta de Amenábar es el escaso peso que se le confiere a Hipatia, previsiblemente centro de la trama principal. A pesar del meritorio trabajo de Rachel Weisz, su personaje no se termina de erigir como protagonista absoluta sobre la que recae el peso de la película, se pierde entre el marasmo de luchas intestinas y lapidaciones que acontecen a su alrededor. Únicamente emerge como la verdadera diosa que fue en un final magistral, rodado con tesón y ritmo dramático que pone un broche final de excelente calidad cinematográfica a un producto por lo demás mediocre.
Y eso a pesar del buen oficio de Amenábar, que dirige su discurso pausadamente aunque de forma rotunda. Es más, Agora puede ser leída como un ajuste de cuentas contra la doctrina religiosa ganadora de la época que hoy día aun domina buena parte del mundo; la doctrina de los círculos retrógrados de caverna, del analfabetismo, del odio a toda forma de cultura o expresión de una realidad que viaja más allá de unas escrituras desfasadas y probablemente sin fundamentos. Son personajes de color negro, pues negro es el corazón que dirige sus actos. Amenábar los retrata con cierto odio velado aunque con tino, argumentadamente, hasta llegar a la apoteosis de la injusticia y la locura, acabando con la única luz que aun vive en un mundo que se desploma en la oscuridad, de la que no saldría hasta muchos siglos después.
Ágora es una buena película que, desgraciadamente, no llegar a encontrar ese mecanismo que haga saltar los resortes emocionales del espectador; no conmueve y en algunos pasajes aburre. Es indudable que Amenábar ha realizado un buen trabajo como director, pero adolece de cierta abulia en la concepción más puramente literaria del guión. Aún así, Ágora ha alcanzado el éxito en la taquilla (lo que verdaderamente importa a algunos) y se ha convertido en una de las películas españolas del año (con permiso de Celda 211) con promesas de ser exportada exitosamente al extranjero como producto bandera de nuestro país. Buena suerte, pues.

Películas para dos vidas; La Gata Sobre el Tejado de Zinc



Sin duda ninguna, una de las mejores películas de la Historia del Cine. Narrada con maestría por el gran Richard Brooks e interpretada con elegancia y buenas formas por mi adorado Paul Newman y la bellísima Elizabeth Taylor, se convierte en una de esas películas que todo buen aficionado al cine debe ver al menos, cuatro veces en su vida. La primera de ellas para no entender nada y quedarse más o menos sorprendido y decir que es una buena película. La segunda, el espectador se dará cuenta de que la segunda gran película de Paul Newman dio a conocer a uno de los grandes actores que el cine tendrá jamás. La tercera, se habrá de contemplar con ojos casi lascivos a una Elizabeth Taylor en estado de gracia. Y por último, la cuarta de las veces, se deberá admitir que La Gata Sobre el Tejado de Zinc es una obra maestra de la narrativa, la psicología cinematográfica y uno de los retratos maritales más geniales jamás filmados.
En el sur de los Estados Unidos, en plena enfermedad del patriarca de una gran plantación, dos hijos, dos nueras, una esposa y un montón de indeseables niños hacen las delicias de un espectador que no tardará más de un cuarto de hora de metraje en verse envuelto en una trama que no le dejará indiferente. Basada en una novela de Tennessee Williams, un fantástico autor de obras teatrales que ya nos legó grandes obras maestras como La Noche de la Iguana, Piel de Serpiente o Un Tranvía Llamado Deseo (todas ellas llevadas al cine), y genialmente adaptada por Richard Brooks, la película nos introduce en la psique de Brick, el personaje que tanta fama dio a Paul Newman y por el que tantas mujeres en medio mundo suspiraron. Éste, enfrentado a su hermano por la herencia familiar, no quiere saber nada ni de su padre ni de nadie de los que le rodean. Ni siquiera de su bellísima esposa, resignada a una vida complicada junto a su esquivo marido.
Es realmente asombroso conocer todas las inquietudes de cada uno de los personajes de la película. El guión de Brooks permite al espectador llegar a sentir lástima por el patriarca, un gran hombre mermado físicamente por la enfermedad y que tiene que soportar a su esposa, a su nuera y a sus insoportabilísimos nietos. La inseguridad ante la muerte hace que se plantee su relación con ambos hijos e intente que todos vivan lo mejor que puedan olvidándose de los enfrentamientos entre toda su familia. Por otro lado, el matrimonio formado por los actores Madeleine Sherwood y Jack Carson. Una, por ser una de las nueras más inquietantes de la Historia del Cine y el otro por ser el hijo "perfecto" que todo padre gustaría tener. Inolvidables también son los nietos, que como buenos niños, dicen verdades como templos.
Pero lo que de verdad sorprende es intentar reconocer que el personaje de Paul Newman, apegado durante toda la película a una muleta de madera y un vaso de whisky, tiene toques de homosexualidad. Durante todo el metraje, la orientación sexual del protagonista se verá reflejado en su continua búsqueda de su mejor amigo Skipper, recientemente fallecido y que será el detonante de buena parte del contenido de la trama. Su negativa a acostarse con su mujer, ni tan siquiera a tener hijos, es parte de la situación encubierta que viven en una de las habitaciones principales de la mansión.
No pretendo revelar ni tan siquiera un detalle más de la trama. Sólo espero que usted, querido lector, disfrute como yo lo hice viendo La Gata sobre el Tejado de Zinc, una de las obras imprescindibles de la Historia del Cine, con dos actores irrepetibles y en una película como jamás volveremos a ver.
Garantizado.

Películas para Dos vidas; La Huella

Si estos humildes servidores que aquí, en este blog, escriben sus divagaciones acerca de las películas que nos hacen disfrutar como espectadores, realmente querían dotar de cierta legitimidad o, llamémosle, calidad cinematográfica, a este encomiable proyecto, han encontrado finalmente la piedra angular en la cinta que hoy se reseña. Cualquiera de nosotros dos ratifica felizmente La Huella como una de las mejores películas de la historia del cine, por lo que quién fuese el encargado de hablar de ella no importaba en demasía; había que hacerlo. No obstante, no puedo dejar de felicitar a mi amigo Brando por la recomendación que me hizo y que el que escribe siguió al instante, con un resultado inmejorable.

La Huella es una película que sorprende de principio a fin, que deslumbra por el talento de sus intérpretes y fascina por el simple hecho de con qué maestría está rodada. Y es que no es un hecho fortuito que tras las cámaras se resguardase el gran Joseph L. Mankiewicz, creador de obras maestras de la talla de Julio César, Eva al desnudo o La condesa descalza, que ponía punto y final a su exitosa carrera cinematográfica con una película basada en la obra teatral de Anthony Shaffner. Es precisamente en su esencia dramática donde reside el gran éxito de la misma, a través de unos diálogos prodigiosos y una puesta en escena elegante, de pulcritud académica. Mankiewicz fue siempre reconocido por el talento literario con el que impregnaba cada uno de sus guiones, la densidad de sus diálogos, la hermosa retórica que dotaba de ritmo a la trama. Se prodigó siempre en grandes escritores como Graham Greene, Shakespeare o Tenessee Williams que servían de base irrenunciable al esqueleto visual que posteriormente ensamblaba con poderío y rotundidad. Y por todo ello, su carrera no sufrió vacilaciones (al menos por su calidad, pues es de dominio público el fiasco comercial de Cleopatra), nos ofreció películas para el recuerdo, en las que se adentraba en el perfil más psicologista de los personajes, ayudándolo del mismo modo a la dirección de sus actores. La Huella fue un inmejorable broche final que lo encumbró como uno de los grandes.

El argumento es sencillo. La película arranca con la llegada de Milo Tindle (Michael Caine) a la mansión de un excéntrico escritor de novela negra aficionado a los juegos de ingenio y adivinanzas, Andrew Wyke (Laurence Olivier). Tras un comienzo ilustrador de lo que presenciaremos en el resto de la película en el que se escenifica un laberinto de setos confeccionado por el propio Wyke y la consecuente desorientación de Milo, las verdades ocultas se van desvelando progresivamente; en realidad, Milo es el amante de la esposa de Wyke y acude a la mansión de este por petición expresa del mismo. A partir de aquí, una compleja trama de juegos macabros e hilarantes se abre ante el incauto espectador, sorprendido una vez tras otra por los giros del guión. Los cómplices de Mankiewicz para sustentar La Huella son de excepción; un joven Michael Caine que sufre y juega en un registro ciertamente camaleónico, y el veterano Laurence Olivier, maravilloso en su papel de viejo retorcido y obsesionado al que dota de pura comicidad. Probablemente, sin unas interpretaciones tan brillantes (ambos fueron nominados al Oscar, con la mala suerte de toparse con Brando-Corleone), el elegante guión de Mankiewicz hubiese quedado incompleto, nadando en un mar de palabras sin sentido. No olvidemos que La Huella es una película de dos horas y cuarto de duración, con una sola localización y dos actores (muy convenientemente, Mankiewicz colocó en los créditos nombres de actores falsos para hacer creer al espectador de que aparecerían más personajes), por lo que el riesgo de tedio era elevado. No obstante, y ahí se erige como verdadera obra maestra, La Huella te deja con ganas de más, se mete en tu cabeza con esos sonidos chirriantes e hipnóticos, juega al escondite con el espectador, deslumbra en su autoconsciente ambigüedad.

Por estas y muchas más razones La Huella merece estar en nuestro altar particular de ídolos, de película irremplazable para el recuerdo. Su visionado, una obligación para con el cine.