Series de Televisión; Californication

 7'5/10
Padres y madres del mundo, la virginidad de vuestras dulces hijas no estará a salvo mientras sobre la tierra aún queden personajes como Hank Moody. Es mujeriego, charlatán, descarado, algo bebedor e irresistible ante la mirada de cualquier fémina indefensa a la verborrea embaucadora del escritor más descreído de Los Ángeles; sin embargo, más allá de toda esa parafernalia pseudointelectual de galán trasnochado, existe un Hank tierno, fiel (a su manera) y extremadamente sensible a los encantos de la mujer como ser de suprema perfección al que amar de forma irremisible. Y es que más allá de su comprensible predilección por el sexo, Hank Moody encuentra su razón de ser en su entrega consciente al género femenino. No será perfecto, incluso puede que sus eventuales suegros no estén especialmente entusiasmados con tenerlo en la familia, pero al menos es sincero y coherente con su doctrina; "nunca desaproveches una erección".
Como en toda obra de ficción con demasiadas similitudes respecto a la realidad, el espectador siempre duda cuanto de verdad hay en lo que se narra. Es de dominio público que el actor David Duchovny (también productor en la serie) ha protagonizado numerosos escándalos sexuales venteados por la prensa amarillista así como una tormentosa relación con su esposa, la también actriz, Tea Leoni, sin embargo cualquier semejanza con las aventuras y desventuras de su alter ego en la pequeña pantalla deberían quedar en un segundo plano para no mezclar ámbitos tan diferentes por cuestiones de escrúpulos y privacidad. Por ello, disfrutemos sin indagaciones indiscretas de una de las series  más transgresoras, bizarras e irreverentes que nos ha regalado la televisión en los últimos años.
Californication nos pone tras la estela de un escritor agraciado por el éxito de su último libro (bochornosamente adaptado a la gran pantalla) que debe enfrentarse a una preocupante crisis de inspiración agravada por la intermitente relación amorosa entablada con su ex mujer de la que aún está enamorado, ahora prometida con un aburrido burgués que lo desprecia. Por si fuera poco, debe ejercer de padre de una pre-adolescente algo particular al mismo tiempo que goza de una intensa vida sexual con un extenso abanico de amantes en un estimulante submundo de alcohol, drogas y rock and roll.
Sin embargo, y a pesar de la crudeza del universo de cartón piedra que se desvela tras las rutilantes bondades de la fama, el bueno de Hank consigue permanecer casi siempre ajeno a las derivas peligrosas que lo rodean acompañado por su fiel escudero y agente Charlie Rankel, un tipo calvo y bajito casado con una pequeña cocainómana con la que atraviesa inverosímiles crisis matrimoniales que incluyen a actrices porno, secretarias lesbianas y antiguas glorias del pop. Y es que Californication no es una serie de televisión convencional, sino una febril sucesión de episodios demenciales aderezados por escenas de alto voltaje, diálogos de una mordacidad descacharrante y un cierto toque nostálgico que enlaza con la existencia incompleta de Moody cuando se encuentra lejos de Karen.
Puede que muchos perciban un mensaje erróneo y crean que la serie versa sobre las andanzas sexuales de un mujeriego empedernido, pendenciero y escéptico, no obstante, el auténtico amor siempre permanece más allá de infidelidades y juergas en la forma de un vacío irremplazable y nunca superado. La relación entre Hank y Karen es la que verdaderamente vertebra la trama de la serie, la que le da sentido y cuya indeterminación prolonga la acción hasta un final que previsiblemente no tardará en llegar (la quinta y quizás última temporada llegará a comienzos de año). Aunque pueda parecer descabellado (y ciertamente lo es a tenor de lo que acontece en algunos capítulos), Californication es un canto al amor verdadero, el único susceptible de dotar de la felicidad imprescindible al ser humano.
Sea como fuere, la serie provee de horas de diversión, reflexiones de medianoche y situaciones rocambolescas en torno a uno de los protagonistas más irresistibles que ha dado la pequeña pantalla. La complicidad que se alcanza con las diatribas existenciales y amorosas de Hank Moody es tal que el espectador logra comprender y empatizar con sus acciones a pesar de no compartirlas. Finalmente, el personaje se nos antoja entrañable, auténtico; un pobre diablo desgraciado y solitario que necesita tener sexo con cientos de mujeres para acallar su imperioso deseo de estar con la única mujer que verdaderamente ama.

La Otra Crítica; El Árbol de la Vida

 5/10
 Cualquier foro público sin debate está condenado irremediablemente al aburrimiento. Por ello desde los inicios de este blog apostamos por aportar diferentes visiones a una realidad tan heterogénea como el cine. En virtud a esta idea, hoy aportamos un nuevo enfoque a una de las películas del año.  
El arte es una materia voluble que muta de acuerdo a los particulares procesos de decodificación del que interpreta la obra. Es en ese preciso instante cuando dicha obra adquiere un valor en virtud a un nuevo desarrollo creativo por parte del espectador. El problema reside en que esta relación de inspiración compartida es extramadamente sensible y puede verse truncada por multitud de factores. Uno de ellos, quizás el más importante, es la percepción acerca del propio creador y de los planteamientos sobre los que cimienta su obra. En este caso concreto y desde un enfoque totalmente subjetivo, el contrato ficticio de credulidad entre obra (la película) y espectador (es decir, un servidor), se quiebra por el carácter pretencioso de un director cuya megalomanía lo ha empujado a condensar en algo más de 120 minutos un retrato lírico y pretendidamente filosófico de la dualidad entre lo divino y lo humano.
Simplemente, no me lo creo. En la actualidad, miles de genios pululan por salones de arte, foros literarios y festivales de cine ante la admiración de seguidores rendidos por aquello que dicen comprender, en un confuso grupo de charlatanes, vendedores de teorías baratas y algún que otro iluminado. Yo no dudo de la sabiduría de Terrence Malick, únicamente pongo en cuestión su falta de humildad a la hora de plantear un producto cinematográfico. Resulta injustificable que nos presente un dilatado (aunque hermoso) recorrido por la conformación del universo y la vida como si pretendiese elevar su obra a la categoría de tratado filosófico del mundo moderno, en lugar de narrar una historia que ilustre los grandes temas de su pensamiento.
El prólogo de El árbol de la Vida posee un valor plástico evidente, sin embargo su falta coherencia dentro del discurso fílmico es irritante e innecesaria. Malick ha decidido componer un poema visual de gran belleza en detrimento de confeccionar una auténtica película; opta por fogonazos de inspiración, encuadres audaces y una misteriosa voz en off que aporta sentencias rotundas y deshilvanadas, antes que desarrollar una trama lógica (sin tener que obedecer a un rígido esquema introducción-nudo-desenlace) a través de la que exponer unas ideas, por otro lado, fundamentales en la reflexión de la condición humana.
El Árbol de la Vida es excesiva, inabarcable en su compleja argumentación de la imperfección del ser humano. El autor nos emplaza al cruce de caminos entre la bondad, la virtud, lo divino y la tempestuosa naturaleza de nuestra condición imcompleta a través de la figura de un joven atrapado entre dos patrones fundamentales representados por sus padres, que lo sumerge en una confusión de tintes freudianos a partir de un tardío complejo de Edipo autoimpuesto. Al fin y al cabo, el odio del chico hacia su severo padre no es más que la reacción hacia su propio instinto incontrolable que lo acerca a él; sendos caminos, el de la naturaleza y la virtud, se debaten en su interior, afloran en manifestaciones contradictorias, pero el ineluctable final se va desvelando paulatinamente; Jack se percata de que la maldad de su padre es la suya propia, de que por mucho que combata contra su propia naturaleza el resultado será el mismo, por ello se llega a odiar con la misma vehemencia e incluso el suicidio se le antoja tan tentador como el asesinato.
En contraposición a ello, emerge la figura de su hermano, un ser sensible y creativo que sigue el camino de su madre, del que no puede dejar de sentir envidia en la misma medida que Caín la sintió de Abel ante la preferencia de Dios. Sin embargo, tal y como predicaba el pastor de la Iglesia, los buenos no están a salvo del mal, su virtud no es suficiente para evitar el sufrimiento; la muerte de su hermano simboliza el carácter dual de una divinidad a la vez amable y vengativa difícil de justificar en su aleatorio proceder. Al final de la cinta, las voces se entremezclan y vuelve a emerger con poderosa fuerza la de la madre, que termina por aceptar la muerte de su hijo y con ella la imperfección sustancial del género humano.
El trasfondo ideológico-espiritual de la película de Malick es innegable, sin embargo es tratado, a mi parecer, de forma errónea, lastrado por la pretendida genialiadad de su realizador, más atento a su vertiente estética que a la más puramente reflexiva. De hecho, la belleza visual de la cinta es extraordinaria, así como su banda sonora y las propias interpretaciones de Brad Pitt y Hunter McCracken (es una lástima que Sean Penn aparezca totalmente desubicado por la insidiosa tijera de Malick en la sala de montaje). Por ello, no me voy a alinear ni en las filas de los detractores más furibundos ni en la de los entusiastas aduladores del ermitaño director (creador, entre otras, de la notable La delgada línea roja y la insufrible El Nuevo Mundo), sino que intentaré posicionarme en un término medio que me permita discernir (con el tiempo) si estamos ante una verdadera obra maestra o una burla de dimensiones gigantescas. Hasta ahora, El Árbol de la Vida es una rareza que ha avivado el debate cinematográfico, algo que siempre es bienvenido en estos tiempos de versiones oficiales y escasos disensos.

Cómics de Cine; El binomio de Iron Man

Iron Man:         6,5/10
Iron Man 2:       4/10

Un creador que, a priori, parece innovador como Jon Favreau adaptó uno de los cómics más conocidos y representativos de la factoría Marvel. El resultado fueron dos películas totalmente distinas unas de otras, con guiones situados en las antípodas con respecto una de la otra pero con un denominador común, un Robert Downey Jr. que recuperó su status en el cine suponiéndole su triunfal regreso al Séptimo Arte.
Si en la primera película, el superhéroe se presentaba ante el gran público de una manera chulesca, a los ojos de un millonario prácticamente sin escrúpulos, con una mansión espectacular y una herencia, propiedad de su padre Howard Stark (al que vemos en Capitán América: El Primer Vengador), en la secuela se pierde todo el encanto que adquirió el ritmo vertiginoso que impone una obra de unas características como Iron Man.
DC Comics tiene su buque insignia en Batman y Superman mientras que las últimas adaptaciones al cine de los cómics de Marvel han llevado a que identifiquemos la factoría tanto con el alter-ego de Steve Rogers como con el millonario Tony Stark. 
Ni Los Cuatro Fantásticos ni Daredevil. Tampoco Thor ni tan siquiera la exitosa trilogía de X-Men. Marvel Studios encuentra su sitio en la gran pantalla con estos dos superhéroes, posiblemente los más carismáticos de la editora. 
En Iron Man el espectador tiene la continua sensación de que no le están tomando por idiota y eso es algo que suma muchos puntos tanto a su equipo técnico como al artístico. Hay veces que, por la simple razón de tratarse de adaptaciones de superhéroes, se permiten licencias que rozan el ridículo. El ritmo ágil y las interpretaciones de Downey Jr, Paltrow, Terrence Howard y Jeff Bridges son mucho más que buenas dotando a la película de una intensidad justa a lo que Stan Lee y su equipo transmitieron en los cómics. 
No es que Jon Favreau sepa hacer películas pero, por lo menos, lo intenta con ganas y en ocasiones se salen productos bastante aceptables que destacan entre el mar de insulseces que pueblan las carteleras actuales. 
Sin embargo, y haciendo honor a aquella frase que rezaba "segundas partes nunca fueron buenas", la secuela no tiene absolutamente nada que ver con la original. Downey Jr. pierde frescura por momentos aunque sustenta con bastante decencia el peso de una película que no le hace justicia ni a él ni a su personaje. Tony Stark anda perdido mientras podemos confundirnos entre la plaga de personajes que asolan la película. Para empezar, el cambio de actor entre Terrence Howard y Don Cheadle. Lo siento, pero el protagonista de Hotel Rwanda no sirve para una película de superhéroes. Es como si pones a Ben Kingsley para interpretar a Robin en la próxima película de Batman. Scarlett Johansson y Samuel L. Jackson aportan lo que pueden al desarrollo de Iron Man 2 pero sin excederse.
Sólo espero que para Los Vengadores Joss Whedon sepa dar el tiempo y las acciones que se merecen a tanto superhéroe. También pido lo mismo para el encargado de llevar al cine la tercera película de Iron Man. Recordemos siempre que un superhéroe no merece la misma humillación que sufrió Bruce Wayne. 
Bueno, quizá Daredevil...

Crítica Hunger; La moralidad del suicidio

9/10

Una de las obras más desgarradoras de nuestro tiempo. Así es como puedo calificar esta ópera prima de uno de los realizadores más prometedores que han surgido en muchos años en el panorama cinematográfico mundial. Hunger demuestra qué es saber hacer cine y contar una historia sin necesidad de caer en los reiterativos tópicos a los que ya estamos más que acostumbrados.
Es de justicia reconocer que poseo una especial debilidad por todo lo que tiene que ver con el conflicto que protagonizó durante décadas el IRA por la necesidad de crear un gobierno independiente para Irlanda fuera del control británico. Aquellas películas que tienen como trasfondo la encarnizada lucha de convicciones de ambos bandos, en ocasiones, han llegado a helarme las entrañas. 
Si bien uno de los referentes en este cine fue la mítica En El Nombre del Padre, hemos encontrado la horma de nuestro zapato al descubrir Hunger. En ella, y contada de una manera muy particular que analizaremos a continuación, no existen héroes, ni conflictos políticos manifiestos. No hay grandes actores interpretando a políticos ni hay bombas, explosiones ni violencia más allá de la que su director, Steve McQueen, consideró oportuna reflejar.
Bobby Sands fue un preso que murió de inanición en una huelga de hambre que él mismo inició en la prisión de Maze. Corre el año 1981 y, mientras Margaret Thatcher domina con brazo de hierro toda la Commonwealth, el IRA se ve reforzado tras el fallecimiento de uno de los mártires de la lucha armada contra el poderoso imperio británico. Hunger es un recordatorio, ya que no debemos considerarlo como biopic, a la figura de uno de los líderes del movimiento irlandés a través de los ojos de un director debutante y de la interpretación, soberbia y ejemplar, de uno de los actores más importantes del cine europeo actual, Michael Fassbender. 
Hunger contiene secuencias intensas, sobrecogedoras y muy duras. Estamos ante la fría realidad de una de las prisiones más temidas de la Irlanda de principios de los 80. Celdas donde los presos hacen su vida entre la más absoluta inmundicia y son tratados por los oficiales como animales. Violencia extrema en los pasillos de la prisión manifestando la brutalidad con la que eran y son tratados decenas de presos con decenas de convicciones políticas, sociales y culturales.
No hemos de caer en el tedio cuando contemplemos una secuencia de tres minutos de duración en la que vemos a un oficial limpiando de orines todo un pasillo donde, a cada lado, se encuentran las celdas de algunos de los presos más representativos de la lucha armada de finales de los 70 en Irlanda. Sin duda, son planos magistrales que muestran el profundo conocimiento del estilo cinematográfico de McQueen y, buena prueba de ello, es el impresionante plano general corto de 17 minutos de duración ininterrumpida en el que observamos una discusión sobre lo moral o inmoral que resulta el suicidio entre nuestro protagonista, dispuesto a comenzar una huelga de hambre implique lo que implique, y un sacerdote católico, a quien los fieles no le prestan excesivo caso en sus homilias. Esta escena, donde la cámara permanece inmóvil dándonos una sensación de teatralidad constante, sustituye la necesidad de un contexto previo al comenzar el metraje y aporta el conocimiento necesario al espectador para enfrentarse ante la realidad a la que se sometió Bobby Sands y las causas de porqué ha llegado a pensar de ese modo.
Hunger es una tragedia en tres actos, donde en el primero de ellos se muestra la violencia carcelaria más directa, áspera y brutal. En un segundo acto, se produce el plano de 17 minutos anteriormente mencionado que nos lleva directamente a las escenas más impactantes de la película. Un tercer acto en que Michael Fassbender se somete a un proceso de adelgazamiento ejemplar que ilustra, aunque no para estómagos sensibles y mentes cerradas, el doloroso proceso de la inanición. Un suicidio que convierte a Bobby Sands en un mártir de la causa irlandesa, aquella por la que el IRA asesinó durante décadas a miles de inocentes y que finalmente se resolvió con los Acuerdos de Viernes Santo firmados en 1998.
Hunger es todo lo que debería ser una película en nuestros días. Nadie ha reinventado el cine como lo ha hecho Steve McQueen. El uso de la tipología de planos, los silencios, la duración de las secuencias son algunos de los puntos fuertes de una cinta que perdurará en la retina del espectador durante mucho, mucho tiempo.

Películas para Dos Vidas; Cadena Perpetua

La esperanza es el sentimiento que define con mayor autenticidad al ser humano. Ese impulso inconsciente que nos emplaza a una realidad inalcanzable para alimentar un espíritu que tiende obstinadamente hacia la felicidad. Cuando ya no quedan asideros a los que aferrarse ni futuros a los que aspirar, allí surge la ilusoria certidumbre de una vida mejor como el último y natural argumento para permanecer en un mundo hostil y sombrío. Y es que, en tiempos difíciles, por triste y desalentor que pueda parecer, la esperanza en lo único que le queda a los hombres.
Andy Dufresne no se resignó al suicidio o a la indiferencia vital a la que lo empujaba la atmósfera opresiva de la cárcel de Shawshank. Y razones tenía para ello, atrapado entre violentos sodomitas y oficiales sin escrúpulos. La esperanza y la certeza de su inocencia lo salvaron de un infierno inclemente que afrontó con la paciencia del que aún cree en el futuro, aunque fuese sin memoria, en una lejana playa mexicana frente al Pacífico. Ziguatanejo no era sólo un sueño, una lejana utopía, sino la serena convicción que lo alejaba de la locura y la desesperanza.
En ocasiones, la libertad, más allá de vastos espacios abiertos, se encuentra en la mente. La Canzonetta sull'aria de Las Bodas de Fígaro que hace atronar Andy en cada rincón de la cárcel a pesar de las previsibles represalias, no era más que una demostración de una libertad espiritual conquistada que le hacía confiar, como si un estímulo imprescindible se tratase, en su propio propósito oculto. Tras esa libérrima maniobra abruptamente sofocada llegaría el castigo, el destierro a la oscuridad, pero para ese momento, Andy ya había conseguido lo que necesitaba, apenas una señal de esperanza.
Cadena Perpetua no ha sido encumbrada por la mayor parte de listas internacionales como una de las mejores (o más populares) películas de la historia del cine por ser un simple drama carcelario. La película de Frank Darabont, por aquel entonces un desconocido que adaptaba una novela del prolífico Stephen King, buceaba con sorprendente acierto por algunos de los temas clásicos en torno a la reflexión del ser humano, como la redención, el sentimiento de culpa, la amistad o el optimismo, a partir de una narración brillantemente engarzada por el personaje de Red, quien a través de una voz en off comedida, tierna y con un cierto toque a viejo narrador de cuentos, desgranaba los diferentes cuadros de la historia de forma fluida, sin apenas desvelar las recurrentes elípsis temporales insertas en la misma, y conjugando de forma magistral los momentos líricos con la contundencia de la vida carcelaria.
Y es que, independientemente del impacto que la película pudiese provocar en el espectador, algo cargado de una subjetividad evidente, es un hecho incuestionable que Cadena Perpetua es puro cine en virtud a una serie de elementos consustanciales a cualquier obra cinematográfica digna de aprecio; una historia atractiva rematada por un final sorprendente, una interpretaciones memorables a cargo de Tim Robbins y Morgan Freeman y una dirección elegante sin grandes aspavientos 'artísticos'. Poco más se puede exigir a una cinta que, con el paso del tiempo, ha devenido en un auténtico manual de cómo hacer cine para toda clase de público sin por ello traicionar los principios de coherencia o calidad exigibles a todo producto cultural.
La historia de Andy Dufresne, un hombre acusado injustamente de asesinar a su mujer y al amante con el que le engañaba, y por ello condenado a cadena perpetua de la cual cumple dos décadas antes de "arrastrase por un río de mierda", tal y como narra su entrañable amigo Red, te cautiva paulatinamente con la sencillez de un buen libro y la secreta complicidad del gran cine. El debate permanecerá abierto hasta el fin de nuestros días; Forrest Gump, Cadena Perpetua o Pulp Fiction, una terna que bien merecía un Oscar colectivo.

Crítica Margin Call; Los orígenes de la crisis

6,5/10

Hoy se estrena Margin Call, una película que podría pasar desapercibida sino fuera por el increíble reclamo que ofrece su reparto. Kevin Spacey, Jeremy Irons, Zachary Quinto o Simon Baker son algunos de los intérpretes que participan en esta historia basada en hechos reales y por la que, quizás, podamos encontrar alguna explicación a la dependencia tiránica al todopoderoso dinero. La película no pretende adoctrinar acerca de lo qué debemos o no hacer ante la crisis que está azotando al planeta. Simplemente se nos ponen sobre la mesa una serie de hechos que justifican las indignas acciones de algunos tiburones de las finanzas cuyo único interés es comprar y vender para intentar inflar de mala manera sus cuentas bancarias a costa de miles y miles de trabajadores.
Como metraje, Margin Call resulta algo menos interesante que su precedente directo, el documental Inside Job, pero demuestra la insolvencia moral que poseen los empresarios a la hora de ponerse al frente de una crisis económica. Los presidentes de las empresas justifican sus pocos escrúpulos inventandose acciones basadas en la intervención de las acciones de sus empresas, actos en los que inevitablemente siempre van a terminar por ganar ellos.
Hablamos de una película excelentemente interpretada, en los límites de la corrección. Kevin Spacey, interpreta a un jefe agobiado y en el umbral de dos mundos, el que le hace prestar atención al componente humano de la empresa que dirige mientras se muestra contrapuesto a las obligadas funciones como dirigente a la hora de hacer frente a una crisis que puede dar al traste con su vida tal y como la conoce. Paul Bettany, Zachary Quinto y el desafortunado Stanley Tucci, quien representa a los millones de personas que han sido despojadas de su trabajo sin más explicación que la que ofrecen unas simpáticas empleadas de las empresas encargadas de despedir empleados alegremente que tan de moda se han puesto en Estados Unidos, aquellas que tan bien representó George Clooney en la gran Up in the Air. Da miedo saber que estamos en manos de empresarios con tan poco tacto como el que representa Jeremy Irons o gerentes como Simon Baker, que tan amable como resulta en El Mentalista, le da un giro a su trayectoria para traernos un personaje extremadamente frío y calculador. Por no hablar de Demi Moore, que regresa al cine dando vida a una gestora un tanto descolgada de las acciones que se están llevando a cabo en la empresa para intentar salvarla del naufragio inminente al que se enfrentan.
Pese a sus intentos por traer una buena historia, se nota la flojera de su director. Un J.C. Chandor que nota su inexperiencia en el cine pero que resuelve con diligencia una película que se le podía haber complicado mucho. Y es que no es fácil trabajar con ese reparto tan plagado de grandes actores y controlar tantas pretensiones. Sin embargo, a Chandor le ha salido una trama interesante que reúne algunos buenos elementos del cine económico sin pretender dar presuntuosas lecciones al espectador.

Crítica Mientras Duermes; Mirarás debajo de la cama

7,5/10

El pasado viernes se estrenó la última película de Luis Tosar, Mientras Duermes, un ejercicio de suspense realmente destacable que hará que más de uno no vuelva a casa tan seguro de haber cerrado la puerta con llave. Dirige uno de nuestros directores más respetados, Jaume Balagueró, que con Marta Etura y Alberto San Juan forman un equipo de excepción. El cine español está cambiando. Y lo hace desde su propia base, desde los pilares que sujetan los manuales de los diferentes géneros que se han cultivado en decenas de años de cinematografía. Los guionistas, actores, directores, músicos o productores han evolucionado hasta marcar nuevas cotas dentro del cine patrio.
Buena prueba de esa evolución es esta Mientras Duermes, una película dirigida por Jaume Balagueró que muestra una de las grandes historias de suspense que el cine español ha visto en muchos años. Quizá no llegue al nivel técnico de otras obras maestras de la presente temporada en España pero tiene una cosa que, a lo mejor, no poseen otras películas. Hablamos de una cierta complicidad con el espectador, una implicación agradecida, una confabulación premeditada para que vivamos la trama con la misma intensidad con la que los actores realizan sus papeles.
Balagueró es experto en este tipo de relación con el espectador. En REC ya lo demostró, haciéndonos partícipes de una historia que, aunque no tenía nada que ver con nosotros, nos afectaba de la manera en que éramos espectadores de la película y del programa de televisión con el que Manuela Velasco hizo el reportaje más tenebroso de su carrera.
Mientras Duermes es una película de terror hipnótica, al igual que la interpretación de su actor protagonista. Un Luis Tosar que, le pese a quien le pese, es el mejor actor español que trabaja en nuestro país. Ver actuar a Tosar es todo un orgullo que hace que nos planteemos la utilidad de la caterva de seres que pueblan nuestro cine, que apenas saben articular palabra, y que son adorados como ídolos de oro, cuando no están hechos ni de barro.
Con un pulso narrativo extraordinario, Balagueró narra una historia que no nos dejará indiferentes. La historia de un bloque de pisos, visto a través de los ojos de su conserje, un psicópata con el rostro de Tosar que proporciona la suficiente tensión al espectador como para encogerse en el asiento ante la crudeza de alguna secuencia específica de la película. Mientras Duermes posee la riqueza narrativa de las grandes películas del terror europeo. No hay efectos especiales ni sexo explícito. Estamos cambiando en España y lo hacemos desde nuestra propia base. Si antes teníamos un cine harto de pechos femeninos, orgías, jamones y toros, ahora tenemos un cine inmerso en el panorama fílmico mundial. Se respira tensión desde el primer minuto de metraje. La película es fría, oscura, tenebrosa. El espectador termina su visionado con un vacío en el estómago fruto de una serie de acontecimientos que harán cambiar el curso de la trama y que provocarán que nuestro vacío vaya in crescendo. Incluso habrá alguien que llegue a su casa y tenga que mirar por todos los rincones de la casa asegurándose que no exista peligro alguno antes de rendirse a la fase REM.
Mucho ojo con las tres interpretaciones principales. Un Luis Tosar excelso en su papel, una Marta Etura cumpliendo con su responsabilidad en el metraje de manera formidable y una niña, una Iris Almeida chantajista y manipuladora que será la única piedra de toque de nuestro perturbado protagonista.
Hay que ir a ver Mientras Duermes. Hay que contemplar el verdadero cine español en sus nuevos tiempos. Podemos sentirnos orgullosos del nivel que vamos adquiriendo poco a poco. Cada vez es más necesario desterrar a personajes como Vicente Aranda o Bigas Luna, algunos de los artífices de los complejos que llevamos arrastrando en nuestro cine desde hace décadas.
Señores, el cine español está resucitando. Sintámonos orgullosos de ello y aprovechemos el momento.

Cómics de Cine; Thor

4,5/10

Vi Thor después de disfrutar como un niño con Capitán América: El Primer Vengador. Es indudable la capacidad de Marvel para llevar a sus héroes al cine pero en esta ocasión el héroe nórdico se pierde en un mar de efectos visuales que distraen la atención más que reflejar la historia de uno de los personajes más carismáticos de la franquicia de Stan Lee.
Cuesta creer que un director curtido en el teatro, máximo exponente del teatro shakesperiano moderno, como Kenneth Brannagh se haya ofrecido a dirigir esta aventura que poco tiene que ver con su carrera. Sin embargo, son muy notorios y loables los intentos por salvar una producción irregular que cuenta con un protagonista muy interesante desde el punto de vista dramático pero que ha sido recreado por un actor muy limitado como es Chris Hemsworth.
A Thor le falta algo, algo que la convierta por lo menos en interesante. A lo mejor no tiene la chispa que tenían, por ejemplo, las adaptaciones de Iron Man donde los efectos visuales se sumaban a la profunda capacidad de Robert Downey Jr. de comerse una cámara de cine. Aquí me sobran la mitad de los personajes, utilizados en un batiburrillo que no tiene el más mínimo interés más que el transcurso de las dos horas largas de metraje.
Es cierto que puede resultar interesante ver como el futuro dios del trueno, Thor, desciende a la Tierra y se encuentra con unos pasmados Stellan Skasgaard y Natalie Portman, que inmediatamente parecen asumir la condición fantástica del héroe en cuestión. O ni siquiera le hacen ni caso. Demasiados efectos especiales nublan la vista tanto de los protagonistas como del espectador, que se ve inmerso en un espectáculo de luces y color mientras el héroe del martillo se pasea por medio Universo.
No puedo decir que Thor sea uno de mis superhéroes preferidos pero es que la película de Kenneth Brannagh tampoco le hace justicia. Tal vez sea por la increíble insulsez que demuestra el esposo de nuestra Elsa Pataky o tal vez por un guión que no resume con toda la diligencia que debe una de las más fantásticas historias de superhéroes jamás contadas.
Thor es uno de los fundadores de Los Vengadores. Y así lo recoge la película que veremos el año próximo en nuestros cines. Una aventura que reúne a la mayor parte de los superhéroes míticos de Marvel y que hará las delicias de los nostálgicos de la juventud de Stan Lee y sus compañeros en la editora.

Cómics de Cine; Capitán América: El Primer Vengador

7/10

Hacía muchos años que el Capitán América dejaba de recorrer los siete mares en busca de los nazis que quisieron adueñarse de Europa y medio mundo. A pesar de los muchos intentos frustrados en forma de series de televisión y telefilms bastante mediocres, el superhéroe por excelencia de la Segunda Guerra Mundial volvía en este 2011 a nuestras pantallas.
Y lo hacía de la mano del director Joe Johnston, un especialista en cine palomitero que sin ser uno de los más destacados realizadores de su generación, ha sabido encontrar un punto más que interesante a los cómics de este héroe de la factoría Marvel. Con una película más que decente que supera con crecer a muchos “musculitos” que existen todavía en las salas de cine, el Capitán América ha demostrado que sigue con fuerza a pesar de que no estemos ante una trama que le haga justicia.
Sin embargo, Capitán América: El Primer Vengador es un entretenimiento de los más divertidos de este año. Posee una historia simple de malos y buenos donde el malo es tan malo que hasta no tiene cara (aunque sepamos que se la pone el siempre excelente Hugo Weaving) y los buenos son tan buenos que tienen hasta un programa militar secreto que fabrica superhéroes. Y el afortunado en esta ocasión ha sido Chris Evans, un actor algo desconocido que ya se ha hecho un hueco entre el olimpo de los legendarios superhéroes con una película que hará las delicias de los nostálgicos de aquellos cómics y de las nuevas generaciones, aquellas que crecimos atemporalmente con aquellas historias en las que el Capitán América le pateaba los cuartos traseros al mismísimo Adolf Hitler.
Johnston nos presenta una trama simple, sin complicaciones. Algo para digerir y disfrutar, relajarse y olvidarse de los problemas del mundo. Asistimos a la historia de un joven que desea alistarse en el Ejército y que tiene asma, es muy delgado y apenas se le ve cuando pasea por las calles. Es entonces cuando, entre Tommy Lee Jones y Stanley Tucci, lo convierten en un forzudo soldado que luchará por América en contra de la barbarie nazi, a través de la mirada de Red Skull, el clásico villano de las historias del Capitán América.
A pesar de guardar muchas similitudes con el cómic original, este superhéroe viene modernizado por los nuevos tiempos. Sin embargo, el pulso de Joe Johnston detrás de la cámara revierte esa modernidad hacia los años 40, llevándonos hasta decorados propios de la época y haciéndonos sentir como verdaderos espectadores disfrutando del mejor cine comercial, que de vez en cuando viene bien. Es toda una satisfacción ver una película sin salir de la sala con la sensación de que te han tomado el pelo. Capitán América: El Primer Vengador es una cinta con mucho ritmo, buenas actuaciones y mucha justicia hacia uno de los superhéroes clave de la historia del siglo XX.
Con unos créditos finales que reúnen y adaptan la mejor propaganda belicista de los Estados Unidos en épocas de la Segunda Guerra Mundial, Capitán América se despide dejando una profunda huella en las mentes de aquellos que crecimos con una figura de acción del héroe encima de la cama que ahora no es más que una profunda nostalgia, sean abuelos, padres o niños. El Capitán América siempre será un héroe inmortal y gracias a Joe Johnson y Chris Evans, hemos vuelto a recordar cómo se las gastaba el capitán Steve Rogers.
Mucha, muchísima acción y emociones fuertes para una de las películas más destacadas de este año que nos sirve para inaugurar en este blog una nueva sección dedicada exclusivamente a los superhéroes que han pasado del cómic al cine. Así nos vamos preparando para lo que nos llega el próximo año, bien el desenlace de El Caballero Oscuro, bien la esperadísima Los Vengadores, donde media factoría Marvel luchará en consonancia porque todos vivamos en paz y armonía.

Crítica Contagio; No volverás a dar la mano a nadie...

6,5/10

Steven Soderbergh vuelve a traernos una película que deja sensaciones amargas en el espectador. Contagio es real como la vida misma y quizás por esa razón, volveremos a replantearnos el trato con las personas después de ver esta película, preestrenada en la pasada edición del Festival de Cine de Venecia. Hasta ahora, y como veremos en el próximo reportaje sobre películas relacionadas con la expansión de virus, convirtiéndose en peligrosas epidemias, todas aquellas cintas que reflejaban este tipo de género catastrofista utilizaban el miedo como arma para luchar contra una serie de monstruos o seres que derivan de la nula curación del virus del que han sido previamente infectados. En Contagio todo eso desaparece para narrarnos una historia acerca de la transmisión de esas peligrosas bacterias que terminan por mermar la capacidad física y psíquica del ser humano hasta llevarle hasta la más absoluta de las muertes.
Contagio es una película muy bien contada pero ahí se queda. Parece más un panfleto orquestado por algún gobierno preocupado más que una película. El sentido del espectáculo de Steven Soderbergh es mucho pero en esta película lo limita de tal manera, y muy bien buscado, al miedo que despiertan en el espectador un hilo de banda sonora y unas secuencias donde parte del reparto comienza a sentir los primeros síntomas del virus mortal. Sin embargo, y con el paso de los minutos, puede terminar por volverse monótona.
Es una película directa, sin concesiones. No hay zombies ni armas. Sólo personas de la vida diaria que se enfrentan al mayor de los miedos, una epidemia que se ha desatado a base de demostrar los comportamientos humanos. Apretones de manos, besos, abrazos, roces, beber de cualquier vaso en el bar o respirar delante de alguien. Todo eso incide en un final, a priori, previsible.
Steven Soderbergh viene de dirigir proyectos demasiado distintos unos de otros. Solaris, la trilogía de Ocean´s o, por ejemplo, El Soplón son muestras del cine de uno de los directores más prolíficos de los últimos veinte años. Su relación profesional con George Clooney proporcionó una productora, Section Eight, que dio algunos títulos muy destacados. Sin embargo, Soderbergh se enfrenta a esta epidemia con uno de los repartos corales más significativos del último año. Matt Damon, Kate Winslet, Jude Law, Gwyneth Paltrow, Laurence Fishburne, Marion Cotillard o Bryan Cranston son algunos de los nombres que sostienen esta trama donde el método científico cobra más fuerza que la simple lucha contra el virus. Aquí se explican métodos de transmisión, no hay un presidente al que quieren salvar a toda costa incluso poniendo en peligro la vida de miles de ciudadanos sino que hay doctores o médicos que explican paso a paso el proceso que sigue el virus antes de diezmar a toda una población. Aquí hay fosas comunes donde se entierran, y en ocasiones, se incineran, a los enfermos que acaban de morir. Hay secuencias duras y muy reales que deberemos tener en cuenta si, por lo que sea, una terrible pandemia asola nuestras vidas.
Soderbergh nos explica el miedo, en ocasiones de una forma que puede resultar algo tediosa. Sin embargo, la originalidad de Contagio radica precisamente en eso. En que se molesta en explicarnos qué sucede día a día y no se pierde en subtramas absurdas. Encontramos un ritmo progresivamente ágil proporcionando al espectador la sensación de angustia y patetismo que desea ver en una película de estas catastróficas dimensiones.

Crítica Another Year: La soledad era esto

8/10
El sufrimiento humano como cotidianeidad. Ningún cineasta ha logrado tanta fidelidad en la recreación de microcosmos dramáticos familiares como el británico Mike Leigh. Su ingenio en la construcción de diálogos aparentemente intrascendentes teñidos de una vaga melancolía y concebidos a partir de un hiperrealismo sin tapujos, posibilita que el espectador se interne en los vórtices subterraneos del sentir humano apenas sin percatarse de la profundidad a la que accede a través de una sosegada narración únicamente alterada por instantes de auténtica intensidad dramática.
Un estilo inconfundible que ha labrado pacientemente a lo largo de su dilatada carrera tras las cámaras, alcanzando cotas de inusitada brillantez en obras como la laureada Secretos y Mentiras, un desgarrador fresco acerca de las complejas relaciones en el seno de una familia un tanto disfuncional que se desarrolla con un ritmo parsimonioso hasta confluir en el clímax final, cuando todas aquellas verdades ocultas por los años y el miedo se desatan como una súbita tormenta de repercusiones imprevisibles. Y es que los personajes del cine de Leigh parecen estar perpetuamente condenados a vivir a sólo un vacilante paso del abismo, en la frontera que divide la pertinencia de una vida relativamente feliz, y la existencia fútil de aquel cuya soledad apenas le permite divisar el camino.
Una soledad que arroja al individuo a un patetismo que se extiende como una abrumadora mancha con los años, acrecentando el temor a permanecer excluído del resto y fortaleciendo un sentimiento de compasión ajena que finalmente se difumina con el tiempo. Mary, el personaje sobre el cual gira la trama principal de una historia dividida por las cuatro estaciones de un mismo año en un evidente ejercicio simbólico del inmovilismo al que se ve abocada la existencia humana (es, como sugiere el título, tan sólo un año más en una larga y fallida consecución de días y meses), debe afrontar una grave crisis de identidad apoyándose en la amistad de un matrimonio maduro que le provee de la complicidad necesaria para desvelar el profundo vacío emocional que ella misma ha intentado enmascarar con valores ya caducos.
Y es que la juventud que un día atesoró, y con ella la belleza y la impetuosidad del espíritu, desaparecieron dejando tan sólo el rastro de las oportunidades perdidas y la pesadumbre por la soledad. Ahora, se percata de la fragilidad del tiempo, de la necesidad de tener alguien a su lado por el simple placer de conversar, del desarraigo de aquella a quien nadie pertenece. No obstante, el engaño no cesa; por ello Mary se encapricha de un hombre mucho más jóven que ella en un desesperado intento de enmendar los érrores que cometió sin apenas calibrar sus posibilidades y las consecuencias que su imprudente fantasía puede acarrear en su maltrecha autoestima así como en el círculo íntimo donde busca cobijo.
El espectador asiste en un puñado de escenas colmadas de significado al proceso de autodestrucción de Mary, canalizado narrativamente por la plácida convivencia del matrimonio, el cual ejerce a modo de anfitrión de los acontecimientos acaecidos en la trama. Ellos soportan el peso discursivo de la película y dotan de coherencia a los cuatro cuadros descriptivos del conjunto, enlazados por una sutil sensación de reiteración en lo que concierne al personaje de Mary. A su alrededor, hay muerte y vida, amor y tristeza, se presencia una evolución palpable en el resto de personajes, sin embargo, al final, su situación parece ser la del punto de partida.
Apoyado por una fotografía de una belleza insuperable focalizada en los bucólicos parajes agrestes de los alrededores de Londres, Mike Leigh imparte una valiosa lección de elegancia cinematográfica plagada de planos sostenidos, fundidos a negro y diálogos de una fluidez al alcance de muy pocos autores. Por si fuera poco, la interpretación de Lesley Manville (también en otras películas del director como Todo o nada) logra proveer una autenticidad mayor aún al desarrollo de la historia, convenientemente complementada por la genialidad de Jim Broadbent, la placidez de Ruth Seen o la anecdótica intervención de la gran Imelda Staunton. El resultado es una película conmovedora que se instala con vehemencia tanto en la mente como en el espíritu valiéndose únicamente de la palabra y del noble arte del que hacen gala sus actores

Crítica Crazy, Stupid, Love; El regreso de la mejor comedia americana

7,5/10

Posiblemente estemos asistiendo a la mejor comedia americana del año. Me alegra mucho, y lo promulgo a los cuatro vientos, haber encontrado una cinta de este género afín con mis peticiones en el complicado mundo de la comedia norteamericana actual. Lejos parece quedar el paradigma de este siglo XXI, Resacón en Las Vegas, aunque Crazy, Stupid, Love no tenga absolutamente nada que ver. Quizás ahí radique su encanto. Tendemos a elevar a los altares a la comedia que triunfó hace algunos años en la que un grupo de hombres iban a celebrar una despedida de soltero a Las Vegas y volvían con una serie de consecuencias a cual más hilarante. Aquello dio una vuelta de tuerca al género cómico americano. Sin embargo, tanto su secuela como toda la legión de chorradas que han ido saliendo desde aquel año no han hecho más que denostar por completo a la gloriosa comedia americana que nació y triunfó de la mano de Spencer Tracy y Katharine Hepburn o Cary Grant y James Stewart o Jack Lemmon y Walther Matthau en la época clásica o, por el contrario, y con más actualidad a las paradigmáticas películas de, por ejemplo, Julia Roberts.
Si cintas como Bad Teacher, Con Derecho a Roce, Resacón 2 o La Boda de Mi Mejor Amiga representan lo peor de la comedia americana del último semestre, con Crazy, Stupid, Love encontraremos una suerte de redención a la que asistiremos más que encantados. La película de Glenn Ficarra y John Requa no busca mediante el uso del lenguaje vulgar, socialmente aceptado, para encontrar el éxito. Se buscan situaciones reales donde los maridos engañados tenemos la cara de Steve Carell, las mujeres infieles poseen el rostro de Julianne Moore o los auténticos ligones poseemos las facciones de un Ryan Gosling realmente sorprendente. Con secuencias plagadas de diversión y risas, esta película apuesta por una buena radiografía de nuestra condición amorosa jugando con las formas de hablar, de vestir, de ligar, la filosofía de vida, el trabajo, los niños y el sexo.
Crazy, Stupid, Love visita las mejores muestras de amor y desamor del ser humano para conjugarlas y relacionarlas unas con otras. Diálogos mordaces, sinceros inundan el metraje mientras asistimos a unas buenas lecciones de interpretaciones de buena comedia americana llevadas a la praxis por el gran Steve Carell (al que recordamos por Virgen a los 40 o Noche Loca, por no hablar de su magnífico papel en la serie The Office), Julianne Moore, Ryan Gosling (en una interpretación que baila entre el mejor Will Smith en Hitch y el más seductor George Clooney), Emma Stone, Marisa Tomei o Kevin Bacon, en unos papeles muy circunstanciales pero no por ello menos importantes para el desarrollo de la trama. En Crazy, Stupid, Love nos podremos ver identificados en cualquiera de los personajes. Nuestra evolución psicológica con respecto al amor encuentra su sino en la interpretación de los protagonistas, los cuales adaptan al cine la realidad del día a día de millones de personas y sus complicadas relaciones con el sentimiento más hermoso del ser humano: el amor, algo tan loco como estúpido pero tremendamente necesario para sobrevivir. Las personas, en ocasiones, nos enamoramos de quien no debemos y eso nos lleva a comportarnos de una manera que no demuestra en absoluto nuestra verdadera forma de ser. Adolescentes se confunden con adultos, mujeres, hombres y viceversa (parafraseando el título de aquel infame programa de Telecinco, que me perdone el lector). Por si fuera poco y para delicia de los morbosos, encontramos una incidental y casual referencia al recientemente fallecido Steve Jobs, al que se recuerda por sus zapatillas de deporte y su vestimenta característica en las presentaciones de los productos de Apple.
Alguien dijo, en referencia al resultado final de la película, que es una de esas que se olvidan cuando llegan las grandes entregas de premios. Yo, después de ver Crazy, Stupid, Love, confío en el buen criterio de aquellas mentes lúcidas de las grandes academias del cine para que la buena comedia americana vuelva a tener su trono en la cinematografía y se consiga invertir más en este tipo de obras más que en aquellas cuyo único objetivo es animalizar a cien personas en una sala de cine y convertirnos en seres más salidos que el pico de una plancha.

Crítica Son of Babylon; Guerras sin sentido, muertes sin sentido

7,5/10
 
Ganadora del Giraldillo de Oro en la pasada edición del Festival de Cine de Sevilla debido a la amplia participación europea en el proyecto, Son of Babylon se ha convertido en un auténtico retrato de la situación que se vive en el Irak posterior a la dictadura de Saddam Hussein destinada a mentes preparadas para descubrir verdades muy turbadoras. Con el propósito de encontrar a su padre, un niño y su abuela se enfrentan a un viaje seco, árido y polvoriento por las carreteras de Irak. A lo largo de este viaje, donde podemos observar una magnífica evolución física y psicológica de sus personajes, ambos van a descubrir la triste realidad de su país, una nación devastada por la guerra donde los mismos pueblos autóctonos se enfrentan continuamente entre ellos y, por si fuera poco, con los soldados americanos, presentes en la zona desde el comienzo de la invasión.
Bagdad o Nasiriyah son las ciudades por las que esta abuela y su nieto irán descubriendo las maldades de una época que no parece corresponderles. Pobreza, miseria, guerra, tragedia, muerte son palabras que parecen conjugarse a la perfección en este veraz retrato de un país que parece perdido y sin rumbo tras la caída del dictador y la llegada del incierto gobierno provisional.
Con secuencias de una emotividad extrema, su director Mohamed Al Daradji ha dado en la tecla al transmitir a todo el mundo la realidad que sólo conocemos por centenares de medios de comunicación controlados por la otra parte del conflicto, unos Estados Unidos que no muestran al pueblo, sino a sus soldados luchando por esa “libertad duradera” que tanto proclaman. Ciudades humeantes por las que los protagonistas caminan con paso firme con la vista puesta en su objetivo. Esta road-movie quizás es una de las mejores muestras de este género que hemos visto en muchos años por su simpleza de planteamiento pero su complejidad a la hora de fotografíar una época histórica, una guerra, una sociedad y la devastación de la maldad humana así como las relaciones con este ambiente que perpetúan en la hora y media de metraje sus dos excelsos protagonistas.
La crudeza con la que el director asoma al espectador a la tristeza que supone llegar a tener que enfrentarse a búsqueda de seres queridos en fosas comunes, donde se echan a decenas de personas sin identificar y sin respetar su dignidad, es asombrosa. A pesar de lo sobrecogedor que resulta el hecho de reconocer lo duro que es sospechar que algún familiar yace perdido de la mano de Dios (o en este caso, Alá) contrasta con la pena de darse cuenta de que cada uno de los muertos encontrados en esas fosas tienen familiares detrás inmersos en la misma búsqueda, con los mismos traumas emocionales y pendientes de que se haga justicia, de alguna de las maneras posibles que el ser humano ha desarrollado a lo largo de su existencia.

Crítica Somewhere; El lírico retrato de la nada

5,5/10
A tenor de su breve aunque próspera carrera como realizadora, Sofia Coppola ha demostrado poseer una cierta habilidad para retratar la soledad del ser humano en sus cuantiosas variables. Si en su sugerente ópera prima, Las Vírgenes Suicidas, abordaba la atmósfera opresiva de una familia puritana de los 70 y la tragedia desencadenada por el aislamiento al que eran sometidas las cinco hermosas hermanas; en Lost in Translation, esa auténcia joya contemporánea, unía los destinos de dos viajeros náufragos en Tokio acosados por sendas crisis existenciales de diferente signo, una sobrevenida por la madurez y la gloria marchita, y otra por la incertidumbre de una vida aún por cimentar. Incluso en esa singular ópera rock decimonónica llamada María Antonieta, la hija del mítico director ahondaba en el desamparo de una joven reina que añoraba su lejano hogar.
En su cuarto largometraje, Coppola reincide en esta temática a partir de la vacua existencia de un actor de cine de éxito internacional con una evidente incapacidad para sentir algo más que el tedio rutinario al que le aboca una vida impersonal, carente de verdaderas emociones. Y es que ni siquiera su hija pre-adolescente, entregada por una velada admiración hacia su padre ausente, puede despojarlo del sopor vital en el que se encuentra inmerso y que le impide ejercer de padre ante la imperiosa necesidad de protección de la chica, a su vez abandonada por una madre egoísta. Es como si su espíritu hubiese huido tiempo atrás de su cuerpo, el cual sigue funcionando sin entusiasmo, ya sea bebiendo en soledad, conduciendo un coche de lujo a toda velocidad por circuitos desiertos, o contemplando con desgana a chicas desnudándose para él.
La cámara de Coppola se filtra en la monotonía enervante de Johnny Marco como un objeto inerte más en el escenario vacio de su indolente existencia, compuesta por una uniforme habitación de hotel y eventuales actos promocionales donde es agasajado con el fervor del que él mismo adolece. No hay nada más, tan sólo un ambiente asfixiante de aburrimiento, de planos interminables y miradas hacia el infinito.
La fidelidad de Somewhere a su propio propósito de retratar una vida vacía y rutinaria es tal que la película llega a producir las mismas sensaciones que la mera contemplación de su personaje principal. Ese cierto lirismo estático característico de la obra de la directora se erige aquí como un aliciente más para una narración soporífera que deja quizás demasiada responsabilidad al espectador a la hora de contextualizar y dar valor a la historia mostrada en pantalla. Un insólito hiperrealismo en el que sólo puede hallarse un ápice de emoción a través del empeño consciente en el proceso de interpretación, una tarea un tanto cansina y poco recomendable para aquellos que carezcan de un mínimo de paciencia o interés.
Aún así, el jurado del pasado Festival de Venecia, encabezado por Quentin Tarantino, pudo apreciar la poesía oculta de la cinta y le concedió un León de Oro discutible al que podría buscarse una justificación peregrina relacionada con la producción de Medusa Films, división cinematográfica del imperio mediático del primer ministro italiano Silvio Berlusconi.
Más allá de vinculaciones políticas, es un hecho incontestable que Sofia Coppola posee un talento evidente para filmar historias pequeñas con una gran sensibilidad, como ya lo demostrara con la antes citada Lost in Translation. Es una lástima, no obstante, que en Somewhere su énfasis en la contemplación impida ver más allá en la vida de un actor eficazmente interpretado por el decadente Stephen Dorff y la relación con su hija, a la que da vida una talentosa Elle Fanning.