Crítica Blancanieves; El silencio de una plaza

9/10

Pablo Berger, aquel cineasta olvidado en su particular exilio tras rodar Torremolinos 73, ha vuelto. Y lo ha hecho por la puerta grande. Blancanieves es, posiblemente, la apuesta más original y arriesgada que ha llegado al cine español en los últimos años. Todo ello aderezado con una magnífica banda sonora y un reparto estelar. Antes de comenzar a expresar mi opinión quiero dejar claro que ni tengo ni deseo tener ninguna relación con el mundo del toreo. Ni soy amante de la calificada como “fiesta nacional” ni acudo los domingos a la plaza a contemplar tan debatido espectáculo. Pero no por ello, y perdón por utilizar la primera persona, puedo dejar de alabar las virtudes que ofrece esta última producción de un director que se ha consagrado con esta, su tercera aventura cinematográfica después del corto Mama y Torremolinos 73. Acudir a la sala de cine con la mente abierta y sin prejuicios es pieza clave para entender el desarrollo de la misma.
Sin duda, era una apuesta arriesgada el llevar de nuevo a la gran pantalla el cuento de Blancanieves y transformarlo en una historia con tintes taurinos y flamencos. Mucho más arriesgado era salir airoso y, aún más, conseguir convertirse en la película que representará a España en los premios de la Academia de Hollywood. Lo cierto es que Blancanieves despierta emociones que otras producciones del mismo género o las mismas circunstancias no consiguen.
La valentía con la que Berger ha decidido inundar de mantillas, pasodobles, clarines y timbales el ya mítico cuento de los Hermanos Grimm le ha hecho valedor de un hueco entre las mejores producciones del año, en lo que a guión y técnica se refiere. Sin desprestigiar ni un ápice los versos del cuento original, el cineasta teje una intriga casi palaciega con unas sensacionales Maribel Verdú y Macarena García, acreedora esta última del premio a la Mejor Actriz en el pasado festival de San Sebastián. No olvidamos tampoco los enormes papeles del reconvertido Pere Ponce, Daniel Giménez Cacho, Ángela Molina o Josep María Pou.
Sin duda, de no conseguir mayores premios y elogios fuera de nuestras fronteras, será por el efecto The Artist, otra obra maestra del pasado año que arrasó allá por donde pasó. Blancanieves llevaba muchos años esperando su momento y ha tenido la mala suerte de pisar en terreno ocupado. Sin embargo, hay que afirmar que ésta producción no tiene absolutamente nada que envidiarle a la cinta dirigida por Michel Hazanavicius, si acaso The Artist nos enamoró algo más por sus constantes homenajes al propio cine. Ambas fueron concebidas al mismo tiempo y una tuvo más suerte que otra con su distribución. Gusten o no los festejos taurinos, no hay que olvidar que estamos ante una película que marcará época en nuestro cine. Blancanieves es un producto original, fruto de una gran imaginación y que desborda sentimiento. Bien por la constante banda sonora con aires de flamenco, bien por las intensas interpretaciones o bien por la imaginería cinematográfica muda europea a la que recuerdan muchas de sus secuencias. La combinación de los elementos clásicos del cine mudo con las nuevas técnicas actuales que incluyen movimientos de cámara, planos imposibles y ejercicios de fotografía es uno de los puntos más fuertes de una película que incluye uno de los mejores paradigmas del cine de autor español.

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